Fernando-Alonso Ramírez


"Dicen que no existen, pero que las hay las hay". No las brujas, sino las conspiraciones. Colombia se acostumbró, así nos indignemos cada que pase, a ver morir a hombres que se llevaron consigo la opción de un país distinto. Nadie sabe si mejor o peor, pero seguramente diferente.
Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán Sarmiento, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo Ossa, Álvaro Gómez Hurtado, Jaime Garzón son apenas muestra de esta certeza. En casi todos estos casos no sabemos quiénes les dieron muerte. Sí hubo detenidos, también pruebas contra los sicarios de bala o de hachuelas, pero nada de los verdaderos autores, los que desde el anonimato, desde una especie de tramoya, mueven los hilos de otros para sembrar el caos, para interrumpir liderazgos, para mantener el statu quo de algo que puede ser la suerte de todo un país.
¿Qué cosas, si no las conspiraciones, pueden mover la imaginación de un novelista?, y más de uno que escarba en episodios del pasado para darles vuelo a sus fantasías. Algunos dirán que no son fantasías, que es evidente que a Uribe Uribe lo mataron ciertos poderosos con temor de que llegara al poder, otros que lo no resuelto del crimen de Gaitán fue el ensayo para acabar con Kennedy años después, no faltará quién se convenza de que la teoría de la conspiración dejó hace rato de serlo y es un hecho en Colombia. "Bajo su propia responsabilidad", advierte el autor a sus lectores al final, si deciden creer. Deja claro su escepticismo con quienes convierten estas trampas de la historia en sus obsesiones, en ocasiones hasta el delirio mismo.
Al fin y al cabo estas teorías encajan en lo dicho por ensayistas más metódicos que dan cuenta de cómo este país se sembró sobre la plutocracia, como William Ospina en Pa' que se acabe la vaina. En esta oportunidad Vásquez nos vuelve a mostrar su detrás de cámaras, o detrás del libro. La forma de las ruinas es otra novela que escarba en las heridas no cerradas de Colombia y que tantos muertos dejaron.
En algún momento esta novela se convierte en otra. Pueden ser dos novelas en una, que obviamente conversan, que se requiere de la una para darle forma a la otra, pero terminan siendo dos, que pueden cansar al lector en las 550 páginas, pues se torna en algún momento pesada, repetitiva si se quiere, y con mayor razón cuando de nuevo el autor nos pasea -así sea de paso- por episodios ya contados en El ruido de las cosas al caer o en Los informantes, como esa huella que le dejó visitar la Hacienda Nápoles o la fotografía del hipopótamo con sus cazadores.
Alguien me comentó que cuando le preguntaron a Juan Gabriel Vásquez sobre La forma de las ruinas respondió lacónicamente: es un libro raro. Y es un libro raro. Incluye imágenes, copias de anotaciones de otros, rinde homenaje a sus mayores, como a R.H. Moreno Durán y a García Márquez, escudriña en el pasado de un país violento y ata cabos como cualquier cultor de las teorías de la conspiración, a veces con demasiada libertad para quienes piensen que los novelistas deben respetar la historia. No soy de esos.
Lo más importante es el esfuerzo de este bogotano por narrar con verosimilitud, con capacidad para juntar realidad con ficción, que escudriña en pasajes no resueltos de nuestra historia y nos muestra que de alguna manera lo que somos hoy es por el pasado de un país con el que cargamos y que otros pensaron que podía ser, no sé si mejor o peor, pero diferente.
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