La denominación de origen (DO) es un nombre o indicación de un lugar geográfico específico, que designa un producto originario de dicha región, que tiene unas características asociadas al lugar y sus costumbres de producción, con una reputación que lo hace diferente a productos similares de otros sitios. La DO es el reconocimiento que hace el estado al posicionamiento de un producto con un nombre geográfico; en Colombia, cafés con DO Huila, Santander, Cauca y Nariño poseen un instrumento legal, la Indicación Geográfica Protegida (IGP), para que en países que reconocen la DO puedan ser comercializados amparados por este instrumento. Por medio de él se garantiza a los consumidores que el producto cumple con los procesos y requisitos de calidad asociados a la denominación. El concepto, concebido como una estrategia para salvaguardar la permanencia de las características del producto, lo protege de otros que sugieren origen, calidad y procesos de un área geográfica cuando no la tienen, evitando así la competencia desleal.
Hasta ahí teóricamente las cosas funcionan bien cuando el producto tiene DO o IGP. Para obtener la DO se debe demostrar consistentemente la relación entre el origen del producto y su calidad. Las características de un café en una región o departamento pueden cambiar de una finca a otra, de una montaña a otra, de una variedad a otra o de un municipio a otro. Por ejemplo, por decir cualquiera, Santander tiene 87 municipios en seis provincias, lo cual afecta en términos de originalidad. Las DO demasiado amplias y generales impiden diferenciar las diversidades locales y homogeneizan en vez de diferenciar, lo cual conlleva a que algo que debería ser un instrumento de desarrollo territorial se vuelve una herramienta comercial para unas marcas donde no se puede demostrar el vínculo entre región y calidad del café. De esta manera se malgasta una estrategia de valorización de productos que en muchas partes del mundo es garantía de excelentes resultados económicos para los productores.
La IGP y la DO del café de Colombia en general, representa una reputación basada en un prestigio construido por décadas; por muchos años nos permitió acceder a primas y sobreprecios que se han venido perdiendo en los últimos años. En un artículo anterior mencioné al respecto: dejamos de lado prácticas ancestrales y variedades que le dieron renombre y primas a nuestro café y que hoy son altamente valoradas en los mercados donde se consume alta calidad. Abandonamos el sombrío, la fermentación, el secado al sol, una recolección cada vez menos selectiva; no hemos innovado, revolvemos todo el café en las cooperativas y a duras penas sabemos que el café es de determinado municipio o de Colombia; y eso que con el contrabando tampoco podemos estar seguros. 
Bajo el anterior planteamiento la DO del Café de Colombia y los sellos de sostenibilidad, con muy contadas excepciones, no están generando bienestar a los productores; las primas que nos reconocen por cafés de especialidad son ínfimas de acuerdo a los sobreprecios que reconocen los mercados y que pagan los consumidores por estos cafés. La gestión comercial institucional debe empoderarse de este activo y colocar el café de los productores en los mercados dándole valor a la DO, con funcionarios libres de conflictos de intereses (compañías que invitan empleados de Federación a ferias internacionales), que les permita hacer negociaciones sin las presiones indebidas de multinacionales poderosas que tienen postrado al productor. Por fortuna el doctor Roberto Vélez ha emprendido una cruzada mundial, llamando a la equidad a las empresas para que reconozcan precios que sean sostenibles para la actividad.