Fraile


Recordando el romántico dicho de los ibéricos que reza: “Un español con una capa y un caballo puede enfrentarse al mundo y conquistarlo” se me viene a la cabeza el tema de la famosa “Capa Española” que tantos usos tuvo y que tan útil resultaba para quienes la lucían.
Prenda de vestir tradicional, larga, suelta, sin mangas y acampanada en su parte inferior, usada por clérigos, cristianos y laicos indistintamente, igual servía a los malhechores para taparse el rostro durante o después de haber cometido una fechoría o a los caballeros para demostrar signo y medida exterior de linaje.
Hubo muchos tipos de capas, por ejemplo las de los gentiles, las de los caballeros, las de los religiosos, las de los militares, e incluso las capas de la gente del pueblo; y las más importantes para nosotros, las de los toreros.
Como bien sabes, mi querido Juan José, el origen de nuestra actual corrida se remonta a los “centauros”, tanto a través del alanceamiento de toros como por las gestas de los nobles frente a reses que acometían, lo cual les permitía burlarlas con arte, valor, arrojo y destreza.
Pero ¡Alas! como diría Tintín, no siempre lograban aquellos osados caballeros salir airosos de sus empeños y en más oportunidades de las deseadas acababan rodando por el suelo buscando la forma de esquivar las fieras embestidas del toro de turno. Era entonces cuando aparecía, salvadora, la capa que vestían los lacayos que servían a su señor a guisa de peones de estibo, dispuestos a dar la vida por él en la tarea de librarlo, a trapazo, o a “capazo” limpio mejor, de las feroces arremetidas del que hoy denominamos “noble bruto”.
Fue de esa capa, humilde pero audaz e intrépida de donde provino el moderno capote. Inicialmente y dada la procedencia y condición económica de los lidiadores era fabricado con “lamparilla”, una lana ligera y posteriormente con percal, un tipo de tela originario de la India, mezcla de varios tejidos, todos de muy baja calidad.
Me es imposible no traer a colación, ahora que hablamos del percal, la inolvidable canción mexicana que dice: “Adiós mi chaparrita no llores por tu Pancho, que si se va del rancho muy pronto volverá. Verás que del bajío te traigo cosas buenas, un beso pa tus penas que pronto olvidarás, los moñitos pa tus trenzas y pa tu mamacita, rebozo de bolitas y enaguas de percal”.
Posteriormente el capote se fabricó de seda, pero este material fue desapareciendo no solo por su elevado costo sino porque con el advenimiento de las guerras a este “tisú” se le dio uso militar en la fabricación de paracaídas. En la actualidad las capas se elaboran de nylon y son tratadas con engrudo para darles el peso, la consistencia y la rigidez que cada matador requiere.
El capote actual ya no es el simple lienzo que se usaba en los inicios de la fiesta sino una compleja obra artesanal que requiere para su fabricación de diez y ocho metros de tela y veintitrés piezas diferentes que se van ensamblando laboriosamente hasta obtener el resultado que, a veces sin darle importancia, vemos hoy en los ruedos.
Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido: Según algunos cálculos bastante conservadores, los colombianos tienen del orden de cien mil millones de pesos no declarados en el exterior. ¿No sería entonces mucho más sano, justo, equitativo y saludable para el país perseguir a esos evasores, acorralarlos y obligarlos a cancelar lo que deberían ingresar al fisco para así lograr el aumento del ingreso que dice requerir este gobierno dilapidador para su funcionamiento y no tomar, como lo está haciendo, el camino fácil del incompetente, vale decir el de promover reformas tributarias que solo castigan a quienes, decentemente, tienen el hábito de cumplir con sus obligaciones fiscales? Dicen los “sabios” que con los impuestos que generarían los cien mil millones de pesos que están “escondidos” fuera del país se podría financiar la mitad del plan de desarrollo o evitar la reforma tributaria que proponen.
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