Fraile


Como bien sabes en el budismo, doctrina filosófica no teísta que guía al hombre por un camino de enseñanzas que pretenden su transformación espiritual para conducirlo a la iluminación, se veneran las vacas.
Esta costumbre de los seguidores de Siddharta Gautama, que para los occidentales resulta un tanto curiosa y extraña, proviene de la idea que la vaca, como fuente de alimento es un símbolo de vida y jamás debe ser sacrificada. En la antigua India, en la cual se inmolaban toros para congraciarse con los dioses, las vacas eran tratadas de Devi, la Diosa, o Aditi, la madre de los dioses.
Según la leyenda, el paso del hombre por la tierra empezó a desgastarlo y para salvarlo el dios Brahmá se transformó en vaca y dio a los seres humanos el néctar en forma de leche, lo cual salvó a los pobladores del mundo de su extinción.
Dicho lo anterior resulta insólito para algunos que si la vida de las vacas se encuentra “blindada” para usos diferentes a cuidarlas, ordeñarlas y en determinados casos como en el Gopastami, la fiesta anual que las venera, bañarlas, adornarlas y hacer ofrendas para que su vida continúe, con los machos el asunto sea “a otro precio”. Con ellos el trato es más permisivo, llegando incluso a aceptar que se realicen espectáculos, que son tradicionales en ciertas regiones de la India, como lo es el Jallikattu, evento que se celebra en el estado sureño de Tamil Nadu.
El Jallikattu, también conocido como Eruthazhuvuthal o Manju Virattu es un deporte o juego costumbrista que consiste básicamente en dominar un toro asiéndolo por el morillo y hace parte de la celebración del Pongal o festival de la cosecha, que se realiza en enero y julio de cada año. Para estos juegos se emplean, principalmente bovinos de las razas Jellicot y Pulikulam, que al ojo parecen cebuínos con cuernos descomunales que apuntan hacia el cielo y que en algunas ocasiones son adornados con guirnaldas, bien sea en la testuz o en el cuello. Como en la costa colombiana, estas reses son criadas y aportadas al espectáculo por las personas adineradas de la región.
Los escenarios dentro de los cuales se desarrolla esta actividad bien pueden ser un gran corral, vale decir un amplio ruedo similar al de una corraleja, pero sin graderías, o una “manga” como las usadas para el coleo llanero, ambos construidos en forma rústica con madera, malla y algunas veces con láminas de zinc, que permiten mantener las reses alejadas de aquellas personas que se encuentren en el exterior de estos escenarios ocasionales.
Como te decía, el fin del juego, deporte o rito, como queramos llamarlo es dominar al animal agarrándolo del morillo, tratando de mantenerse asido a él por el mayor tiempo posible, mientras el bovino hace cabriolas, tira cornadas y busca por todos los medios deshacerse de la carga humana que lleva sobre sí.
Durante el trasegar epistolar que hemos mantenido tú y yo, mi querido Juan José, que bien puede llevar ya cerca de doce años, hemos visto como en cada rincón del mundo existen unas particulares formas de acercamiento entre el toro que acomete y el hombre. En otras palabras, hasta en los más exóticos y apartados confines de nuestro planeta, hay “corridas de toros”.
Recibe un abrazo de tu amigo. El Fraile.
Añadido. Con todo el respeto que me merecen quienes tienen el coraje de escribir columnas de opinión, no puede dejar de parecerme gracioso como muchos de ellos, en los periódicos capitalinos principalmente, se desgarran las vestiduras con la muy posible llegada del señor Trump a la presidencia de USA. Queridos amigos: lo que ustedes piensen, escriban o propongan tiene, hoy como siempre, sin cuidado a los gringos. La única diferencia del magnate con los demás políticos norteamericanos es que este dice lo que siente y los otros lo que les conviene, pero en el fondo todos piensan igual, en lo que a los latinos se refiere. No se desgasten. Nunca nos han querido. Yo viví los avisos que a la entrada de bares y restaurantes yanquis rezaban “Se prohíbe la entrada a perros y a mexicanos”. Y para el gringo del común no hay diferencia entre latinos. Todos somos de los mismos “mexicanos” de los avisos.
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