Sonia Rocío de La Portilla


Cyrulnick, neuro psiquiatra e investigador sobre la recuperación emocional luego de situaciones de trauma, comenta en su libro titulado: “El amor que cura”, que amar es ayudar, apoyar, animar, acompañar y ser amigo. Amar no es consentir, sobreproteger o dejar hacer. El amor crea seguridad, es inclusivo, no crea dependencias y da libertad. “Aprender a ser feliz no sólo es posible, sino que es el único medio de serlo”. La felicidad o la desgracia son sensaciones creadas por nosotros mismos, quienes podemos aprender a dominar, a controlar y a experimentarlas.
Las semillas de amor, aunque hayan sido escasas en la vida, son los gérmenes, a partir de los cuales, se desarrolla esa habilidad extraordinaria de resistencia y salvaguarda emocional, a manera de escudo protector frente a fuerzas lesivas, capaces de ser transformadas en mecanismos altruistas y de superación. La resiliencia es una herramienta psico-emocional que moviliza pensamientos, emociones y actitudes inusuales en favor de la preservación dentro de las normas y patrones de la cultura. Por lo tanto, ésta se nutre de la interacción de la persona con su entorno.
Sin embargo, hasta el niño más resistente puede tener altibajos y deprimirse cuando la presión alcanza niveles altos, pues la resliliencia no es una vacuna que lo vuelva invulnerable. Es una defensa ante situaciones anormales, y como tal, puede romperse o fluctuar ante una u otra situación. Es preciso vigilar, tanto en los niños sanos como en los afectados, las dimensiones cotidianas que puedan impedir el alcanzar su máximo potencial de desarrollo.
La infancia es la edad más apropiada para desarrollar la resiliencia, por ser los niños más flexibles, sociables, abiertos a nuevas experiencias y dispuestos a aprender. El colegio, por lo tanto, es un lugar ideal para fomentarla. Henderson y Milstein, autores del libro Resiliencia en la Escuela, proponen integrar como parte de los objetivos y estrategias pedagógicas, seis factores promotores de la resiliencia: enriquecer los vínculos afectivos seguros, fijar límites claros y firmes, enseñar habilidades para la vida, brindar afecto y apoyo, establecer y transmitir expectativas elevadas en los niños y brindarles oportunidades de participación significativa. Esto es, promover actividades centradas en el respeto, la confianza, la motivación y la cooperación para una sana convivencia”.
*Psiquiatra psicoterapeuta infantil y de familia
Docente U.M.
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