Sonia Rocío de La Portilla


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Nos volvemos a encontrar en esta última etapa de la historia donde se cuenta la exitosa pedagogía natural e intuitiva para el desarrollo madurativo y formativo de los niños, desde el vientre materno, continuado por la familia como el segundo vientre, y perfeccionado por el colegio, el tercer vientre.
La escuela corresponde al lugar de encuentro dónde compartir, intercambiar y cultivar el saber, el decir, el pensar y el hacer, en consonancia con los valores personales, culturales y sociales. Es el laboratorio donde se pone a prueba, se modela, se orienta, se organiza y complementa la formación primaria que los niños traen del hogar. Mediante las interacciones entre compañeros y profesores, el proceso de aprendizaje se dinamiza significativamente, sin embargo, también se corre el riesgo contrario, de no trabajar paralelamente a los dominios cognitivos, las competencias emocionales y pro sociales que dan sentido.
El término alumno, se refiere a aquel que necesita luz para para continuar el camino. El maestro, por su parte, representa la persona que enciende esta luz.
Desde el punto de vista psicoemocional, los niños asumen a los profesores como una representación simbólica de los padres, otorgándoles poder. La manera como el profesor actúe en el ejercicio de su función educativa, resultará favorable o frustrante. Podría tener la oportunidad para rehacer lo que no estuvo bien hecho, encausar lo desviado y potenciar en ellos el descubrimiento de sus talentos enfocados hacia el sano desarrollo. Un buen maestro entonces, debería ser un modelo a seguir, un adulto al servicio de las necesidades formativas del infante, un artista de la motivación permanentemente de los niños en su afán de logro. Debería asumir la tarea de descubrir y derribar las barreras que les impiden conseguirlo, tejiendo redes afectivas, de respeto, reconocimiento, siendo un facilitador en todo momento, un director de orquesta, haciendo posible la armonía en medio de la diversidad. En la labor educativa, con la creatividad del artista, del músico o del poeta, prestará sus ojos para quienes no pueden ver, sus oídos para quienes no pueden escuchar y sus palabras para aquellos que acallan. Permitirá al niño, construir sueños; al joven despertarlos y madurarlos; y al adulto trascenderlos y coronarlos. ¡Claro que es posible!
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