Esteban Jaramillo

LA PATRIA | Bogotá

Dice Simeone, el exitoso entrenador del Atlético de Madrid, que no intercambia camisetas “porque la mía vale más que la tuya”.

Es oportuno que los jugadores del Once Caldas entiendan el valor que tiene la franela que usan, con los distintivos del equipo, que las vergüenzas se superan con triunfos y que cada derrota, así sea frente a un rival poderoso como Corinthians, equivale a la caída aparatosa de un caballo para cada uno de los seguidores del club.

El balance hasta ahora del blanco no es acorde con las expectativas. La calidad de los elegidos por el entrenador no es la esperada, y éste, el director, se aprecia inseguro y nervioso.

La goleada en Copa produjo daños irreparables en la credibilidad general y cuesta mucho escapar de la realidad pesimista que se aprecia. Es víctima el Once de las desigualdades económicas, frente a sus rivales con ambiciones mayores, especialmente el club brasileño, pero nadie esperaba una dinámica negativa en el juego, con la marcada inferioridad en el resultado. Faltaron vergüenza competitiva y calidad en el juego, con responsabilidades compartidas.

En el fútbol las victorias duran poco, las derrotas también, porque siempre hay revanchas. No pasa todo por la paranoia colectiva de las redes sociales o por el bombardeo crítico de los medios. Está latente la necesidad de reponer el respeto perdido y de hacer de la casa un fortín. Es lo que el hincha espera para el juego de esta noche, una breve tregua por el malestar existente.

No es solo querer jugar, es desear ganar, porque no es la primera vez que a un rival de jerarquía, el Once se ve precisado a plantarle cara con seriedad y autoridad. El juego, en estos casos, no solo se basa en el balón, también en el carácter de los protagonistas.