Esteban Jaramillo

LA PATRIA | Bogotá

De regreso al trabajo. Atrás mi Manizales del alma con la calidez, la amabilidad, su fiesta multicolor, su sentido de pertenencia que derrocha orgullo, los amigos de siempre y la expectativa por los nuevos mandatarios que llegan con ideas renovadoras a seguir el curso del progreso.

Manizales, con la discutida fidelidad del hincha al Once Caldas, los enemigos anónimos del club, la publicitada venta de sus acciones, con un equipo modesto dispuesto a ponerle el pecho a la competencia, en una realidad diferente a la de los grandes clubes, con apuestas por títulos justificadas en sus adquisiciones.

Menudo lío para Javier Torrente, el entrenador, obligado a brindarle conformidad a la afición adaptando un equipo a su idea, en el que las fichas incorporadas aún no marcan diferencias, por su ausencia de juego.

Por la conformación de la nómina, sin golpes de efecto a la tribuna y por la necesidad de recurrir a jugadores alternativos, algunos salidos de la hornada propia, en un evidente plan de austeridad, la misión del entrenador será exigente.

Articular el equipo, ejecutar sus planes y darle solvencia colectiva al rendimiento, no será tarea fácil. El desanimo que se aprecia, por la carencia de nombres con prestigio, es una señal inequívoca

de la desaprobación al proyecto hasta ahora diseñado.

No obstante, la crítica constructiva, aquella acostumbrada a aportar soluciones sin insultos, tiene abierto un margen de confianza, a la espera de que se encaucen rendimiento y resultados, para conseguir los objetivos trazados.

Lejos del estilo tradicional, que por siempre cautivó a la tribuna, habrá que amoldarse a un grupo aguerrido, con ritmo sostenido, sin brillo, que busque eficacia en su táctica y en su adaptación física.

Franqueza de por medio, los movimientos del mercado en el Once no encandilan y urgentes resultan los buenos resultados, para frenar la antipatía hacia el equipo.