Tomás E. Cardona Medina
LA PATRIA | MANIZALES
Antes de que el conocimiento fuera dispuesto en libros llenos de gráficas coloridas e intuitivas, la ciencia era un proceso tortuoso, mágico y empírico donde nada era certero, pero todo era posible.
La Generación Espontánea o Autogénesis, era el flujo de ideólogos que afirmaban que la vida podía surgir de cualquier elemento inanimado. Para sorpresa de algunos, esta teoría duró por 2000 años en nuestra sociedad.
Aristóteles (384 a.C., a 322 a.C.) fue uno de los primeros en plantearla, afirmando que era un soplo de vida o fuerza vital lo que hacia reaccionar a la materia inanimada para convertirse en vida. Francesco Redi (1626-1697) llevó la contraria y experimentó con dos pedazos de carne, uno en un ambiente cerrado, y el otro al aire libre.
El filete en el ambiente cerrado no demostraba estar "habitado" por ningún ser, y el otro, que había estado en contacto con el aire, presentaba huevos o larvas de mosca. Los científicos de la época no descartaron el hecho de que la vida podría venir del oxígeno por lo que el asunto se quedó así.
Los destellos de la ciencia, fugaces y a veces silenciosos, se presentaron para ayudar a solucionar esta duda. Luego de la invención del microscopio por Cornelis Drebbes (que también creó los primeros submarinos tripulados), apareció Antonie van Leeuwenhoek que en 1675 descubrió dentro de una gota de agua, y a través del microscopio, a los seres que llamó "animálculos". Para 1683 halló las bacterias, aunque no se clasificaron con esta palabra hasta 1828 por el científico Christian Gottfried Ehrenberg.
En 1860 el científico francés, Louis Pasteur, dio la estocada final a la teoría de la Autogénesis. Como el problema del oxígeno seguía latente, realizó un experimento donde preparó infusiones dentro de un frasco con cuello de cisne. Esto permitía que el aire se mantuviera en contacto con el interior del recipiente, pero la vida nunca llegó como un soplo divino, y se corroboró el pensamiento de Redi y su máxima “Omne vivum ex ovo” (Toda vida sale de vida) quedó enmarcada en la historia de la ciencia.
La verdadera cuestión era que aún no se entendía que la "vida", aquella "cosa" a la que se referían los científicos en el pasado, estaba frente a nosotros, sobre nosotros y dentro de nosotros, solo que en un tamaño tan diminuto que parecía no existir.
La historia sirve para entender dos cosas. Lo primero es que nada nunca será cierto en su totalidad, y dos, y más importante: Que una cosa no pueda ser vista por nosotros, no significa que no exista. En esto se basa la microbiología. En estudiar aquello que no se puede ver a simple vista, sin recelos de forma o función, y que además hace parte de lo que entendemos como vida.
Todo organismo diminuto e individual puede entrar en el estudio de esta rama de la ciencia, y no es que decidamos si se quiere o no. Para el día de hoy se podría decir que apenas se ha clasificado un 10% de la población microorgánica de nuestro mundo, ya que está presente en todos los hábitats.
Las culturas antiguas produjeron alimentos y bebidas con los microorganismos, aunque no supieran qué eran. Los quesos, cervezas y vinos son ejemplos, pero no se queda aquí. La microbiología puede ser dividida en varios campos, como lo serían la fisiología microbiana, genética microbiana, microbiología clínica, orgánica, veterinaria, ambiental, evolutiva e industrial. En poca palabras, casi todo.
Además, por la microbiología sabemos de la existencia de los microorganismo patógenos, y es producto de sus estudios que podamos prevenir plagas tan masivas como las pestes traídas por los europeos en su llegada a América. Todo, a través de un invento que la humanidad exageró en su consumo: El antibiótico.
Nuestra naturaleza encaminada al placer empezó a consumir los antibióticos de manera regular y caprichosa. Las bacterias, algunas tan viejas como la Tierra, se adaptaron y evolucionaron hasta el punto de convertirse en superbacterias, organismos capaces de soportar las inclemencias de los antibióticos.
En el 2007 se reportaron 23 mil muertes por superbacterias en los Estados Unidos, y cada vez estas se vuelven más resistentes a los efectos de los antibióticos. La solución, al parecer, se encuentra en el único organismo capaz de superar al ser humano en capacidad destructiva: el bacteriófago.
Este organismo, con su cabeza en forma de icosaedro, de 20 caras y 30 esquinas, y que cuenta con una estructura que parece alienígena, es especial porque solo ataca a bacterias, y además, es el causante de la muerte del 40% de las que hay en el océano a diario.
Los antibióticos son como un bombardeo. Atacan y afectan a todos los seres que hayan a su alrededor, y como se dijo, algunas de estas bacterias integran la "fauna natural" de los seres vivos. En cambio, con el bacteriófago, se puede hacer una ataque limpio y enfocado, como un misil dirigido.
Esto puede funcionar porque muchos científicos, enclaustrados en sus laboratorios observaron y clasificaron cientos o miles de muestras. Estudiando sus comportamientos y evoluciones. La humanidad, así como va, tiene una deuda inmensa con este campo de la ciencia, porque tal vez, un día, sea la única capaz de evitar nuestra extinción como especie.
*Información tomada de https://www.ugr.es/~eianez/Microbiologia/index.htm; Kurzgesagt in a nutshell de Youtube y del blog La Ciencia de la Microbiología.
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