Silvana Torres Corredor
LA PATRIA | Cereza
Estábamos en reunión programando próximos contenidos, dinámicas y formatos, y entre temas importantes íbamos conversando sobre la vida, suele pasar cuando son cuatro las mujeres reunidas. Cuando llegamos a hablar sobre el tema central de este mes para Cereza, nos quedamos ahí un buen rato. La intención inicial era que este texto fuera de cualquier otra cosa, menos de carros; porque necesitábamos conectar a las mujeres con algo que en realidad llamara su atención. Pero nos hicimos la siguiente pregunta: ¿por qué razón nosotras mismas nos separamos de los carros? ¿será que acaso seguimos pensando que estos son solo un juego de niños?
Por años, décadas, siglos, a las mujeres se nos aisló de lo que según la sociedad era masculino. El hecho de no poder usar pantalones, de ser excluidas de la academia, de asumir que solo servíamos para procrear y para cumplir las labores del hogar, marcó el inicio de esta tendencia nuestra a separarnos del hombre, por pensar que no somos como él. Bien nos dieron muñecas para jugar, pero carros, jamás. Claro que somos distintos, pero hay ciertas cosas que podemos hacer ambos y la historia lo ha demostrado. Este no es un discurso feminista más, pero lo menciono porque por aquí está el origen del problema.
Recuerde por favor cuántas veces ha dicho usted “mujer tenía que ser” cuando hay un choque, un mal parqueo o incluso, cuando el tráfico va lento. Yo sé que si lo ha dicho, porque le confieso, yo también lo he hecho. Pero no por mala persona, sino porque nos acostumbramos a decirlo. El lento puede ser un hombre, pero la culpa es de la mujer del lado. Y cómo no, si no conocemos un carro hasta que nos montamos en el propio. Es más, ni siquiera el nuestro, porque soñamos con uno pero al tenerlo, no paramos en una estación a calibrarlo, a revisar sus pastillas o como mínimo a ver si todavía tiene aceite.
La razón de escribir sobre una verdad ya dicha y casi que imborrable (porque esto es parecido a ese karma con el que llegamos al mundo: nada lo quita, ni siquiera el agua bendita), es el deseo de cuestionarnos, de pensar que muchas veces somos quienes fomentamos esos estigmas preestablecidos.
La ciencia habla de que nuestros cerebros son tan diferentes que mientras nosotras conducimos estamos pensando en millones de cosas: en la casa, en los hijos, en las tareas y en qué vamos a llegar al trabajo sin habernos maquillado (razón por la cual utilizamos el semáforo para terminar de arreglarnos); ellos concentran su atención en solo una cosa, ya sea conducir o mirar fijamente el balón del partido que presentan en TV. Tal vez encontremos allí una explicación, pero no es una justificación. Es eso lo que quiero decir.
Aunque la sociedad, la ciencia y nosotras mismas lo repitamos, no hay porque quedarnos ahí. Vamos a enfrentar ese estigma y a desvanecerlo cómo hemos hecho con tantos otros. ¿Cómo? Entendiendo un auto por el para qué.
No es difícil, si relacionamos a los carros con la vida, les resumo: En el camino no solo tenemos un parabrisas para ver al horizonte que contiene nuestros anhelos, tenemos un timón que nos conduce a ellos, un acelerador que genera la fuerza que necesitamos para alcanzarlos, un freno para cuando debemos ir más despacio. Pero además necesitamos de todo lo que hay en nuestro interior, eso que no funciona en automático.
Así si nos entendemos, porque conectamos con el sentimiento. Mujeres, seamos pilotos de nuestros sueños y de nuestros carros. Tomemos el timón de la vida y continuemos transformando paradigmas.
Y de ahora en adelante no elijan un carro solo por cómo se ve o por cómo suena su radio, elíjanlo cómo si fuera el hombre de sus sueños, fíjense en sus caballos de fuerza y en si tiene turbo o no. Recuerden que del color no depende ni lo rápido ni lo lejos que pueden llegar.
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