LA PATRIA | MANIZALES
Con tercero de bachillerato a cuestas, Rafael Vélez se quiso volver policía en 1984 para ayudar a su mamá y a sus seis hermanos. Vivían en Medellín, en medio de una situación económica complicada. Tenía unos 19 años.
Ahí empezó su carrera que truncó, 16 años después, una explosión en la torre de una iglesia en el corregimiento de Arboleda, cuenta Silvia Rosa Gálviz, su esposa, con la que tuvo dos hijos: Nelcy Cened y Keinar Alejandro.
A Rafael le tocó viajar de aquí para allá cumpliendo órdenes de sus superiores. En ese ir y venir conoció muchos sitios de Antioquia y Caldas. Llegó a trabajar a Nechí (Antioquia) donde conoció a Silvia. Sin ser su amigo, la sentenció diciéndole que algún día sería su esposa. Ella solo sabía lo que veía: un hombre serio, pero formal; muy bien parecido, delgado y de 1,84 metros de altura. A los días se fue, pero regresó un año más tarde a cumplir su anuncio de petición matrimonial.
“Él mismo organizó todo, compró mi vestido y el suyo. No le dijo nada a la familia. Fue una persona muy dada a su parecer. Decía que lo que se pensaba mucho no se hacía”, rememora Silvia.
Se casaron un 8 de diciembre y se fueron para Medellín, Rafael quería presentarl. A partir de ese momento la maleta fue la compañera más fiel de esta pareja, porque en cualquier momento partían a seguir cumpliendo el deber. En 1987 nació Nelcy y cuatro años más tarde Keinar Alejandro.
Llegaron ya como familia a Caldas en 1992, a desempeñar, por solicitud de Rafael, labores de policía de carreteras. En eso estuvo dos años, entre La Pintada y límites de Caldas. Para darles más estabilidad, un hermano le ofreció una casa en Supía, la única que consiguieron como propia. Desde ese centro de operación familiar, esposa e hijos viajaban cada que podían a los pueblos a donde trasladaran a Rafael. Compraron dos motos para pasear. Salir y gozar juntos fue una de sus pasiones, igual que jugar cartas en los parques. Nunca tomó ni fumó, le gustaba ayudar a las personas, pedía por ellas o se gastaba parte de su sueldo para darle al que lo necesitara. De eso dan cuenta en Supía.
Empezando el nuevo siglo XXI, en el 2000, lo enviaron para Filadelfia de donde salió con una investigación a cuestas por un lío con su superior, del que poco tuvo que ver. Como castigo fue enviado para Arboleda donde la última llamada que hizo fue a su familia: “Como a las 9:15 a.m. llamó para decirme que no podía venir, que el pueblo estaba muy raro”, ahí murió a los 35 años.
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