
Óscar Veiman Mejía
LA PATRIA | Manizales
Esta historia tiene tres caras: una muy amable y dos dramáticas. Los niños de la escuela Unión Cimitarra están a punto de pasar de aulas en bahareque y en mal estado a unas en concreto y confortables.
Sin embargo, la construcción derivó en una situación inesperada y los nueve alumnos estudiaron durante un mes en un potrero, a temperaturas promedio de 38 grados. Y para completar, desde el 3 de septiembre se quedaron sin profesora.
A la vereda se llega luego de transitar 40 minutos en carro, desde la zona urbana de Victoria, por una vía destapada en pleno valle del río Magdalena, en el oriente de Caldas.
En una leve inclinación, a la vera de la carretera, asoma el centro educativo, en medio de palmeras, extensiones de pasto resecas y caminos de piedra que hasta hace poco eran ríos. Por allí, el ganado sediento le arranca algo de comida a la tierra.
La escuela, construida en 1992, cambia su aspecto con los 50 millones de pesos que le invierte la Alcaldía. En el patio quedan esterillas, guaduas, latas y madera que sostuvieron el plantel durante 23 años.
Al frente, toman forma dos aulas nuevas y un cuarto para la profesora, todo en hierro y cemento. Se suman el restaurante escolar y las baterías sanitarias, adecuadas previamente.
La soledad de los salones y un silencio que aturde aguan la fiesta. Parte del patio está invadido por escombros y las huellas de reses indican que son las únicas que pisan por estos días la cancha de fútbol.
Todo el semestre pasado y parte de julio, los pupitres los ocuparon Yostin, de preescolar; Breyner, Didier y José, de segundo; Luz Jaidibe, de tercero; Arnold y Valentina, de cuarto, y Alberto y Tatiana, de quinto. Las horas de clases y su algarabía llenaron y alegraron el espacio.
Salón afuera
La finca La Esperanza, propiedad de un militar retirado, es vecina de la escuela. De allí surgen tres voces para recopilar las emociones recientes en la vereda.
Al otro lado, separada por un cerco de alambre de púa, está Alba Lucero Aguirre, administradora del lugar y madre de Luz Jaidibe, de tercero.
Horrible y no es justo. Con eso resume la situación. Luego explica: "Los niños no estudian con juicio porque no hay quien haga el deber. La profesora renunció y no dio razón. Mi hija y los otros estudiaron a la intemperie en estos calores, de 8:00 de la mañana a 1:00 de la tarde".
Las clases a cielo abierto de las que habla la señora se dictaron bajo dos palmas africanas, un árbol de limón y otras especies, cuyas hojas sirvieron de sombra en las jornadas de cinco horas. "Era muy maluco porque daba el sol, mucho calor", comenta la niña de 11 años.
A sus razones se une Manuel Vásquez, habitante de la zona. "Nunca había visto algo así. A los niños los deben apoyar más, no los pueden tratar como animalitos, necesitan respeto. Por fortuna no llovió. Ahora hay otra ilusión con los arreglos de la escuela".
En el sitio hay una puerta blanca, de icopor y forrada en triple. "Esto lo sacaron dos niños, 200 metros abajo de la quebrada y lo trajeron para que sirviera de tablero", añade la señora.
El comienzo
El proyecto de reparar la escuela surgió en el 2014 y lo comenzaron a ejecutar en julio pasado. Con las obras la profesora, recién llegada, encontró como alternativa para dictar clases un paraje del patio de la finca La Esperanza.
Los pobladores se preguntan: ¿por qué no definieron un sitio para estudiar mientras construían?, ¿por qué se demoraron para venir sabiendo que los niños estudiaban en un potrero?
Esperanza Camacho, secretaria de Desarrollo Humano de la Alcaldía de Victoria, comenta: "Tres meses antes de los trabajos se habló con la comunidad. Se definió que en la casa del balneario Manantial se ubicarían el tablero, los pupitres y otros materiales didácticos para garantizar la continuidad académica".
La comunidad considera que a los niños los debieron llevar a la sede de la Junta Comunal o a la casa del Manantial. En el patio de la finca La Esperanza, bajo la vegetación, aún hay mesas y está la puerta-tablero. Y en el Manantial están el resto de pupitres, sillas y un tablero.
Pascual Mora, rector de la Institución Educativa del corregimiento de Isaza, a la cual pertenece la Unión Cimitarra, asegura que los alumnos son siete y que se ha respetado la normalidad académica.
"Los niños en ningún momento corrieron peligro por su integridad física o psicológica. Les hemos garantizado y respetado el derecho a la educación", afirma.
Para el directivo, al igual que para la Administración Municipal, parte de la dificultad se originó con el recambio de profesora. Antes en Cimitarra estaba la educadora Sandra Milena y en El Llano, Beatriz.
"Como Sandra Milena ganó el concurso docente escogió enseñar en El Llano. Y a Beatriz la enviaron como provisional para Cimitarra". Los centros educativos son agua y aceite desde el punto de vista del acceso. El Llano es más cómodo porque está cerca de la cabecera municipal, mientras Cimitarra es a 40 minutos.
La funcionaria de la Administración Municipal y el rector consideran que hubo exageración en un asunto que se pudo resolver con llevar a los niños a la sede comunal o al Manantial.
El rector reconoció que la educadora nueva por medio de mensajes electrónicos aclaró que dejaba el cargo, debido a que su hijo se enfermó de gastroenteritis como consecuencia del estrés que le producía la lejanía del trabajo de su madre.
Ella renunció el 3 de septiembre y ahora los escolares están sin profesora, sin clase y a la espera de que instalen las puertas y ventanas para que terminen la nueva obra.
Los nuevos
A la vereda Cimitarra llegaron hace dos semanas los Bejarano Chávez. Ellos dejaron el barrio Las Ferias, de La Dorada, en busca de oportunidades de trabajo.
Marinela, madre de dos niños, expresa: "Es un lugar muy bonito y muy seguro para levantar a los chiquitos. Ya nos dieron cupo para los dos. Apenas habiliten la escuela y llegue la profe empezarán a estudiar".
Su hijo Dilan Esteven está feliz en el lugar y listo para entrar a quinto. "Por aquí uno se divierte y se relaja con el medio ambiente, en la ciudad hay muchos carros y personas y uno no se concentra".
"Que nombren profesor", "que terminen las obras", "que no reciban clases prolongadas a cielo abierto" y "que reabran la escuela". Y que todo sea rápido, pues en Cimitarra la escuela es prioridad para Luz Jaidibe y sus ocho compañeros; para su mamá, Lucero y los otros padres de familia, para su vecino Manuel y el resto de habitantes, y para los recién llegados Marinela y sus dos hijos.
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