LAURA SÁNCHEZ
LA PATRIA | MANIZALES
La pasión del Quemao coincide con eventos trágicos. Desde la adolescencia disfrutaba nadar en el río Cauca, patio de su casa, por el que han flotado centenares de cuerpos, un río sin memoria.
El Quemao es José Eduardo Candil, nadador del corregimiento de Arauca, municipio de Palestina (Caldas). Por cerca de 40 años sacó cadáveres del Cauca y le pagaban por eso, su gusto por nadar y su destreza aliviaban en parte a los familiares de centenares de ahogados o asesinados arrojados al cauce.
Arauca está en el occidente del departamento, un puerto sobre el río, de paso y con 6.783 habitantes y Palestina, cabecera municipal, tiene 17.800. La población no tiene organizaciones de víctimas y a nadie le interesa llorar un desaparecido que no sea de ellos. Tiene Cuerpo de Bomberos, Estación de Policía y un buceador: el Quemao.
“Me empezó a gustar cuando una familia de aquí estaba en el río y la señora estaba gritando, me paré en la chambrana de mi casa y vi que se estaban ahogando. Me tiré, calculando para ver por dónde iban y ya iban tres, cuando llegué para cogerlos, se hundieron. No había nada qué hacer. Se perdieron, dejamos de verlos porque el río es muy sucio y oscuro. A unos los encontramos en La Felisa (La Merced) y a otros en Irra (Quinchía)”.
El Cauca es un río largo y distinto en cada región por donde pasa, como lo describe Juan Miguel Álvarez, periodista independiente. Ha escrito sobre el río en El Remanso de Beltrán, un reportaje acerca del trágico equipaje que arrastra el Cauca, un texto que recibió mención especial en los Premios Simón Bolívar del 2009.
“En el Valle es un río industrializado porque está afectado por las aguas residuales del norte de Cali, que contaminan sin ningún tipo de protección, es fétido, denso y lento. En municipios como Buenos Aires es un río de campesinos y luego es encañonado en Caldas. En este tramo se vuelve menos fosa común después de que pasa por Palestina porque se torna turbulento, rápido y lleno de rocas altas. Ahí es más difícil que se queden y lleguen hasta Hidroituango”, describe Álvarez.
Eduardo conoce el río. Sabe que después de que un cuerpo se sumerge debe esperar 24 horas para buscarlo porque es el tiempo que demora en “reventarse la hiel (bilis que produce el hígado)” y el cuerpo sube a la superficie.
“Después de que se ahogue en el río, se pierde, no hay nada qué hacer, hay que esperar 24 horas, y si lo busca, lo encuentra porque ya revienta la hiel y ya se encima”. Eduardo Candil.
Esto es un fenómeno cadavérico. Un funcionario del Grupo de Investigación Criminal, línea de homicidios de la Policía Metropolitana de Manizales, explica que si el cuerpo es encontrado en tierra tendrá una mancha hemática o mancha abdominal, una señal de que empieza la descomposición. La primera parte que se deteriora es el abdomen en donde están los microorganismos, aparece una mancha verde, después las larvas y emanan gases.
“¿Por qué dos días después? Porque apenas lo arrojan va para abajo y, deja de respirar. A medida que se descompone los gases empiezan a inflar el cuerpo y lo saca a flote. Las bandas criminales en el Valle tomaron la decisión de cortar la membrana, abren el estómago y ahí si no había nada que los hiciera flotar”.
Agrega que los cuerpos en el agua se hinchan porque absorben, efecto esponja. Es común que se desprenda la piel, se le conoce como período enfisematoso, y es su estado más contaminante. El cuerpo segrega un líquido, que es como si estuviera aceitado y la piel empieza a caerse.
Lo que si no puede resolver el funcionario es la afirmación en seco que hace el Quemao: “Cuando una persona se tira para suicidarse no se encuentra, es un misterio, es muy escaso el que aparece. Así yo nade, navegue o espere en la ribera”.
Mordazas para el rescate
Las autoridades lo sabían: pescadores y vecinos del río eran expertos en rescate. El capitán Óscar Fernando Mejía, comandante de Bomberos de Caldas, tiene cerca de 40 años al servicio de la comunidad que hace lo ha salvado de la violencia.
“Los mismos actores armados mandaban comunicados impidiendo el rescate de cadáveres en el río Cauca, evitamos exponer al personal en este tipo de rescate. Recurríamos a los pescadores para esa labor. A veces nos llegaban cartas de advertencias o nos mandaban mensajes con los campesinos, la misma comunidad nos avisaba”.
Por el orden público de la época las mismas autoridades no recogían los cuerpos porque podían ser víctimas de una emboscada. Si alguien rescataba el cuerpo, con suerte llegaba a las zonas urbanas de los municipios para su identificación.
Relata que le avisaban a la Fiscalía o la Sijín la presencia de ese cuerpo para que ellos hicieran el proceso respectivo. El capitán guarda cada registro de estas peticiones.
Foto | Julián García | LA PATRIA
Eduardo Candil recorre el cementerio de Arauca en el que quedan pocas lápidas sin identificar porque los cuerpos ya han sido reclamados por familiares.
Pesos en el río
En Arauca nadie se le mete a un remanso como el Quemao, es una leyenda. Algunas personas del Valle del Cauca iban hasta el corregimiento para que él ubicara a sus seres queridos.
A sus 70 años ya no tiene el mismo aliento. “Cuando empecé a ver que no era capaz siguieron los hijos míos”.
Llegan los recuerdos: “Una vez me tocó bajar por Los Chorros hacia La Felisa, saliéndome en los chorros bravos porque me daban miedo. Salía y volvía y me tiraba más adelante en un sector que se llamaba Pescaderos, amanecía en La Pintada y al otro día madrugaba a Puente Iglesias (Fredonia) y Bolombolo, corregimiento de Valencia (Antioquia)”.
Un viaje hasta Antioquia, de unos 150 kilómetros, no era gratis. En el Valle del Cauca, entre 1970 y el 2000, los hermanos Miguel Ángel y Gilberto Rodríguez Orejuela intimidaban, secuestraban y asesinaban por mantener el negocio del narcotráfico.
“Del Valle bajaban hasta ocho cuerpos a la semana, no los podía sacar porque lo ponían a uno en vueltas. Los dejaba pasar porque la Fiscalía empezaba a investigarlo a uno, solo sacábamos el que la familia venía y avisaba”, relata el Quemao. En esos años le pagaban $8 mil pesos por cuerpo encontrado y era un “platal”.
Según datos del Centro de Memoria Histórica, entre 1981 y 2012 hubo 1.101 asesinatos selectivos en el Valle del Cauca. 93 casos fueron perpetrados por actores desconocidos, 25 fueron a manos de la Fuerza Pública, 76 por guerrillas (Eln, Epl, Quintín Lame, Farc, etc.) y 99 por paramilitares, entre otros. También 2.729 personas fueron secuestradas entre 1971 y el 2010. Lo que no está claro es el número de personas arrojadas al Cauca después de asesinadas: No querían que las encontraran en un ‘cementerio’ con mucho espacio.
A Jhon Émerson Caicedo, de 22 años, lo hallaron en el Cauca a su paso por La Felisa, municipio de La Merced (Caldas) el 12 de agosto del 2009. Tenía dos disparos en la espalda, una fractura en el maxilar inferior y amputación de los dos pulgares. Noticia periódico La Patria, 13 de agosto del 2009.
El Quemao a veces se iba por la carretera vieja para subir a Anserma, luego a Riosucio y La Felisa en donde se encontraba con familiares de víctimas. Terminaba encontrando el cuerpo en Irra (Quinchía), lo amarraba y se devolvía hasta La Felisa, en donde había una estación de Policía que inspeccionaba el cadáver.
“Uno carga un neumático con un lazo y prácticamente nos avisaban los gallinazos. Lo amarraba y los va jalando, a veces uno se los monta encima y en otras los arrastra. Esos cuerpos jalan mucho, pero uno los saca porque le da pesar de la familia”.
En sus mejores tiempos cobró $150 mil por hacer el recorrido, porque no iba a exponer su vida a cambio de nada, y $200 mil por recuperar el cadáver.
“Cuando eran asesinados tenían los tiros en el cuerpo, a veces mochos de manos y de piernas. Los cogía de la mano y no me daba nada. Me echaba la bendición y decía: Jesús, María y José me favorezca de todo mal y peligro, lo voy a sacar”.
Un hombre de 35 años, de 1,80 metros de alto, llevaba varios días en la orilla del río Cauca en el sector La Bocana, por el municipio de Filadelfia (Caldas). No tenía órganos y estaba esposado. Tenía 10 tatuajes, un escorpión con la letra A en su brazo izquierdo y en el muslo la inscripción: Maritza. Noticia periódico La Patria, 22 de octubre del 2004.
Foto | Lía Valero | LA PATRIA
Una piedra en Arauca en donde se quedan atorados los cuerpos. Cuando el río está bajito
Camino al reconocimiento
Bajar a Remolinos, sector del Cauca en Belalcázar, es solo oficio de los bomberos y de Carlos Iván Ortiz, en su Toyota modelo 80. Desciende liviano y sube pesado, dobla la tracción del carro y lleva un cadáver hasta el pueblo.
“En verano me meto, pero en invierno, no. Puedo terminar metido en una hendidura de tierra marcada por el agua. La traída de un muerto no lo hace todo el mundo. Para bajar a Remolinos y subirlo hasta el pueblo cobro $150 mil y por llevarlo a Pereira son $350 mil y en esa vuelta me gano $500 mil. Si lo hace Medicina Legal gastan mucha plata”, relata Carlos Iván, conocido como Olafo.
Lo cierto es que esta responsabilidad del Gobierno colombiano recae en las administraciones locales y departamentales porque el Instituto de Medicina Legal solo recibe los cuerpos y esa labor de exhumación la realiza la Policía Judicial.
El secretario de Gobierno de Caldas, Carlos Alberto Piedrahíta, explica que un inspector de Policía, funcionarios del CTI o de la Sijín son los responsables. En caso de que ninguna autoridad pueda, la labor recae en los cuerpos de bomberos. El cadáver en cualquier caso debe llegar al Instituto de Medicina Legal en Pereira o Manizales, según su cercanía, para su identificación.
Remolinos es una zona en la vereda Las Delicias, a 14 kilómetros de Belalcázar, en donde cualquier cosa puede quedarse por días en el agua, dando vueltas y vueltas, hasta que expulsa o entierra lo que en él entra.
Cuando hay un cadáver sale a flote a la playa de Remolinos o los pescadores lo ven sobre la corriente y ahí es cuando los servicios de Carlos Iván son útiles para la Alcaldía. Tiene un contrato por este servicio de transporte de cuerpos.
“La mayoría son de La Virginia (Risaralda). No se sabe bien de dónde vienen. Muerto que resulte lo llevo a cualquier hora porque me da pesar dejar esos cuerpos por ahí. Me da igual los muertos desde que se murió mi mamá, me da tristeza es de los familiares”.
A Fabián Orlando Marín (37 años), Bernardo Marulanda (39) y Álvaro Andrés Rivera (24) los torturaron, asesinaron y sus cuerpos los arrojaron al Cauca. Los encontraron amordazados y atados de manos y pies en La Virginia, Arauca y San José. Noticia periódico La Patria, 26 de febrero del 2009.
En Remolinos los mosquitos se meten en la boca si se descuida. La sensación térmica vuelve la piel pegajosa, hay objetos que giran y la cruz del campo santo se la llevó, al parecer, una creciente.
Carlos Alberto Cardona fue inspector de Policía en Belalcázar entre 1984 y 1994, explica que el sitio fue declarado campo santo por un sacerdote porque era complicado extraer las decenas de huesos en el cimiento del Cauca.
Doña Nelly Londoño asistió el 16 de febrero pasado a la primera misa en los últimos 20 años, una eucaristía solicitada por la comunidad de Las Delicias. “Es importante recordar a las víctimas, tener humanidad por todos los que han pasado por ahí. Hay todavía familias que no han encontrado a sus seres queridos y restos que no han encontrado a sus familias. Doña Nelly perdió a su sobrino en un accidente en el sector La Esmeralda en el río Cauca hace 17 años.
Foto | Cortesía Carlos Iván Ortiz | LA PATRIA
El 16 de febrero celebraron una eucaristía en Remolinos, Belalcázar, en conmemoración a las víctimas encontradas en el sitio. No oraban en una misa desde hace 20 años.
Carlos Alberto narra que durante 10 años Belalcázar recibió la ola de violencia del norte del Valle con el río Cauca de testigo. “No sabíamos de dónde provenían, solo cumplíamos con esa función pública de hacer el levantamiento en Remolinos. Allí llegaban los cuerpos, a veces enteros. Los subíamos al pueblo a esperar quién lo recogía, muchos de ellos fueron recuperados y otros fueron enterrados como NN”.
Recuerda que eran unos 10 cuerpos a la semana, los transportaban en las camillas de los bomberos. Algunos fueron enterrados en un espacio en el cementerio para los NN y en la lápida anotaban la fecha y el lugar en donde se encontró.
En el corregimiento de Arauca (Palestina) encontraron dos cuerpos decapitados, atados con nailon de manos y pies. Sus cuerpos se recuperaron debajo del puente. Uno de ellos tenía un tatuaje de un escorpión y una cruz en el antebrazo derecho. Noticia periódico La Patria, 15 de febrero del 2006.
Fabio César Mejía Correa, alias Jhónatan, excomandante del frente Cacique Pipintá de las Auc, reconoció 15 crímenes en dos masacres en Aguadas (Caldas) y en Quinchía (Risaralda) hace 15 años.
Un artículo publicado por el periódico La Patria, el 17 de febrero, describe que el excomandante reconoció ante el fiscal Cuarto Especializado de Pereira Ley 600 que el 9 de junio del 2002 mataron en el corregimiento de Arma (Aguadas) a Aristides de Jesús Abreo Restrepo y a su hijo, Jhonatan Esteven Abreo Osorio, de 16 años.
Los asesinaron junto a tres aserradores, de quienes se desconoce sus nombres. A todos los tiraron al río Cauca, en su paso por el norte de Caldas. El exparamilitar ajusta 11 años recluido en la cárcel Doña Juana, en La Dorada.
Foto | Cortesía de Carlos Iván Ortiz | LA PATRIA
Carlos Iván Ortiz en su camioneta Toyota en un viaje familiar a Pasto.
NOTA: Este reportaje es resultado del proyecto periodístico Ríos de Vida y Muerte II que narra las historias de los familiares y actores que vivieron la desaparición forzada en el río Cauca. Es una iniciativa del portal RutasdelConflicto.com y Consejo de Redacción, en alianza con LA PATRIA. Con el apoyo de Deutsche Welle Akademie, la Cooperación Alemana y sus aliados en Colombia.
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