ALBEIRO RUDAS*
LA PATRIA | ANSERMA
A sus 104 años, María Ernestina Petuma Restrepo posee una lucidez que ya quisieran tener personas menores. Liberal a morir, nunca le han gustado los godos o conservadores, y dice que ese color azul no lo usa ni en sus prendas de vestir.
Le encanta hablar de sus novios. Ya pasó de los 100 años y todavía le mueve el piso los hombres jóvenes y buenos
mozos. Todas las mañanas no le falta su tinto oscuro con un chorrito de aguardiente amarillo , mezcla a la que le atribuye su longevidad y buena salud, y a que nunca se ha fumado un cigarrillo en su vida.
Su rostro y manos presentan pocas arrugas y sostiene que la fórmula es la siguiente: un poco de saliva y la savia del astromelio. No usa gafas y escucha muy bien. Le disgusta que le hablen duro pensando que es sorda.
Trabajó duro
María Ernestina nació el 23 de abril de 1915; como ella misma la describe, en una casa de madera, cagajón y un techo en paja de la vereda San Pedro de Anserma. Es hija de Vicente Petuma y de María Restrepo, tuvo ocho hermanos. Fue la cuarta hija.
Se define como mujer alegre y de mucho ambiente, trabajadora y luchadora. Su oficio de juventud y adultez fue lavandera, en el que se reunía cuatro veces por semana con sus colegas Jesusa Rivera y Eva Gil a lavar la ropa que le recogía en el pueblo a familias acomodadas y adonde poco llegaba el agua del acueducto.
Lavaba en la quebrada Tabuyo, vereda donde residía. Permanecía descalza, y según ella, era un lujo y solo utilizaba zapatos cuando subía a misa al templo Santa Bárbara o hacer diligencias al pueblo.
Se dio gusto
Su casa natal tiene por lo menos 120 años, una joya arquitectónica de la vereda. Allí dio a luz, sola, a siete hijos de diferentes padres. La mayor, Luz Adida Petuma, tiene 76 años y vive con ella en el barrio César Agudelo, de Anserma. Tiene un hijo sacerdote.
Como mujer alegre y fiestera, salía a participar de veladas y verbenas. Le gustaba bailar y tomarse sus traguitos de aguardiente amarillo, pues dice que trabajaba duro lavando ropa y recogiendo café para darse los mejores gustos. Para su casa compraba la comida de mejor calidad.
Pero llegó un momento en el que se cansó de todo eso y de los señalamientos de quienes no compartían sus ideas y modo de llevar la vida. A los 52 años tomó la decisión de que jamás volvería a salir a pegarse sus bailaditas y a tomarse sus traguitos.
De sus siete hijos le sobreviven tres, al igual que 10 nietos y cinco bisnietos. María Ernestina finaliza la conversación con esta frase: “Lo importante es tomar buen café, un aguardiente amarillo, enamorar y vivir la vida”.
* Con la colaboración de Daniel Felipe Castrillón Calle, del Centro de Historia.
Con la memoria que aún conserva, María Ernestina Petuma no olvida un episodio de su vida. En una noche fría, plena época de la violencia bipartidista -años 50-, sonaron tres golpes en la puerta de su casa de la vereda San Pedro. Ella sin temor alguno abrió la puerta, y ¡vaya sorpresa! era un joven “cachiporro” al que llamaban Manuel Marulanda Vélez o Tirofijo -cofundador de las Farc-. Le pidió refugió porque se estaba escondiendo de los “pájaros" conservadores que lo perseguían. Ernestina no pudo negarse. Lo ocultó durante dos días en el zarzo de su casa, pues el ambiente estaba caliente y muchos “pájaros” conservadores rondaban por el lugar.
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