B. Eugenia Giraldo
LA PATRIA | MANIZALES
Jaime, de 27 años, y Jorge, de 34, viven en una vereda en el centro de Caldas. Llegaron hace cuatro años. No se conocían y ahora conforman un grupo de 15 desmovilizados que se aferran a la familia, a los cafetales y a la tierra para reconstruir sus vidas.
Ambos pertenecieron a la guerrilla de las Farc. El primero en el Frente 47 y el segundo en el 66 Joselo Lozada en el Tolima. El más joven, proviene de Samaná (Caldas) y permaneció cuatro años en la ilegalidad, como él dice. El otro, de Planadas (Tolima), salió 11 años después, curtido por el sol y por las ganas de proteger a su naciente familia.
“Si hubieran tenido en cuenta la situación de todos los campesinos debieron montar una base en Cristales y otra en El Congal, así hubiéramos vivido tranquilos y se habrían evitado tantos muertos. Nos dejaron abandonados y los grupos al margen de la ley aprovecharon”.
Así es su historia Entre 1989 y 1998 Samaná
Esa violencia, según Jaime, fue la razón para él ingresar a la guerrilla. “Tenía siete años cuando veía entrar “gente” a la zona. Conocí armas ‘muy bonitas’, eso me gustó, lo que no pensé es que la cosa se pondría tan grave, que iba a crecer y que esa realidad me tocaría de cerca”.
Quema en El Congal
“El primer evento que me llenó de terror lo viví cuando hacía segundo de primaria en la escuela de la vereda El Congal. La guerrilla quemó el caserío. Fui un desplazado más, junto con mi familia”.
Regreso
“Retornamos. Ya no había escuela. En unas condiciones precarias y con uno que otro árbol de café, me dediqué a raspar coca. Era lo que había para hacer, el rastrojo acabó con todo. En esta etapa me topaba con más armados, sobre todo en los laboratorios. Un comandante me sugirió, a manera de orden, que me organizara. La familia numerosa hizo que la situación fuera más dura, mis primos pertenecían a distintos grupos y a mi hermano mayor supuestamente se lo
De frente
“El primer encargo fue colaborar en una avanzada, portaba un revólver. Al regresar, arribé a una casa, para mí conocida. Allí vivía la mamá de mi padrino. Ella me dijo: “su padrino le dejó razón: que no se vaya a meter a eso, que ellos (guerrilleros) no lo pueden obligar”. No entendían que no tenía opción: de mi hermano nada sabía, además, el error es que mis padres se quedaron en la zona.
No se fueron por no dejar la casa y la tierrita. Yo tenía 14 años y debieron calcular que los hijos corrían un riesgo si la familia permanecía en la zona. No buscaron otra salida”
Va a llover glifosato
Empezaron las fumigaciones a los cultivos de coca. Jaime aún en la casa, andaba con revólver y radio, a veces lo requerían para alguna vuelta (ir por remesa, recibir gente -enfermeros, medícos, odontólogos- o acudir a una avanzada)
Mataron a tres señores
“Uno se asusta, aún estaba en la casa. Eran informantes del Ejército, así lo justificaban. En ese tiempo hubo un desplazamiento por la fumigación de cultivos. Eso no lo programó la gente. Mientras la comunidad hizo la protesta nosotros cuidábamos los animales y las pertenencias de las casas”.
Tareas
“Como las fumigaciones continuaron, recibimos la orden de darle candela a la avioneta, lo mismo hicimos con el helicóptero. La cosa se complicó porque la gente empezó a entregarse y se iba de guía del Ejército. Esa fue la etapa del fusil, ya estaba más comprometido. Fue cuando vi el problema tan grave en el que estaba, ya no había salida. Me tocó atender compañeros heridos en combate, eso es duro. Con dos muchachos heridos y muy poca comida, que solo era para ellos, tomé agua por una semana. Eso fue entre Caldas y Antioquia”.
Quería salir
“Pensaba en todos, en mi familia y en mí. Finalizando el 2007 acudimos a la IX Conferencia al Páramo de Sonsón. Era una zona segura, porque ni el Ejército subía, ya que los picaba un mosco que les dañaba la piel. Allí se reunieron: Perico, Kadafi, Moncholo, el Zorro, Salomón y el Zarco. Yo iba con este último, que quería que siguiera, pero yo quería quedarme en Caldas, por la familia. Nunca me enviaron a combates, porque aún no tenía el entrenamiento para hacerlo. Me dediqué a otros oficios como guardar armas y prestar seguridad”.
Libre
“Me devolví y nos reunimos con unos primos que estaban en el grupo, ya era el 2008. Como no celebramos Navidad ni 31, decidimos festejar Reyes. Antes de la fecha, enviamos a dos a hacer registro y a conseguir cigarrillos, se quedaron a medio camino.
Eso lo aprovechó el Ejército para ubicarnos y emprender el asalto. Lo único que hice fue correr. Había dejado el fusil, me devolví y vi a otro niño que se voló. Otro menor se quedó paralizado por las balas. Eso apenas levantaba un cascarón de tierra. Al girar vi al muchacho con un chorro de sangre en la espalda. Disparé y muy desubicado alcancé a pasar el puente de Antioquia a Caldas. Había heridos, la mayoría desarmados y a pie limpio. Ahí decidimos entregarnos”.
“Llegamos a la casa de mi familia. Mi papá y otro señor fueron al pueblo y se comunicaron con el Ejército. Entre el 8 y el 15 de enero nos entregamos, junto con armas y proveedores. Fuimos tres menores. Mi hermano, que en ese entonces era comandante, salió con nosotros y fue la ficha clave para entregar todo ese bloque, que era de 150 a 200 hombres”.
Cambios
“Al regresar fueron muchos los cambios. Estudié hasta quinto de primaria. Trabajé en una empresa de vigilancia y recibí mucho dinero del Gobierno, pero lo malgasté. Ahora es cuando veo el error. Al reducir el subsidio, tocaba estudiar, acudir al Sena y a la terapia psicosocial.
En la ciudad es difícil sobrevivir, hay que tener un trabajo estable. Estuvimos en Marsella (Risaralda) hasta que llegué a la vereda donde hoy vivo. Hice amigos, y como ven que no hacemos daño me dieron confianza y me ven tan responsable, que no me creen que estuve en la guerrilla”.
“Ahora tengo un cafetal con 8 mil palos. El lote lo pagué con una moto. Todavía debo $2 millones. Siempre al lado de mis padres, no me he separado de ellos. Hay un temor, algunos dudan, por eso no he vuelto a Samaná”.
En comunidad
“De la Agencia para la Reintegración recibí herramientas y en el Sena hice trescursos de fertilización y comercialización de café y cómo administrar la finca”.
“Me dieron una despulpadora de café, guadaña, abono, motor, máquinas de fumigar. Con eso he trabajado y me ha ido bien. Ahora trabajo en una empresa de agricultura, soy el jefe de personal. Quiero tener una casa en el pueblo. Tengo ahorros, he averiguado un lote”. “A la comunidad siempre le colaboro y sabe que puede contar conmigo, si necesita algo voy y les ayudo”.
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Fotos | Fredy Arango Patiño | LA PATRIA Jorge tiene una finca y proyecto productivo.
Permaneció 11 años en la guerrilla, se desmovilizó en el 2008 y desde hace cuatro años vive en Caldas. En la vereda, la comunidad lo eligió presidente de la junta del acueducto. Dice que se lo ganó porque ha demostrado ser buena persona, aunque es consciente de que muchos exguerrilleros cometieron errores después de estar en la vida legal. “Aquí hay conmigo unos 15. Creo que hay gente que ya tiene idea y hasta se atreven a decir: Sabemos que aquí haydesmovilizados y también sabemos que son muchachos que lo único que hacen es trabajar”.
Su familia está compuesta por su esposa y dos hijos. El mayor, de 8 años, la principal razón para desmovilizarse.
Sin solidez familiar
Cuenta que desde muy chico se crió con la imagen de la guerrilla, porque era la que hacía presencia en la zona. “Ellos ponían las leyes, eran los que mandaban”, dice y esto lo compara hoy con el lugar donde vive. “Mientras que a uno le vendían la idea de que la subversión es buena, ahora escucho que jóvenes y niños dicen que su sueño es ser policía soldado”.
Buscaba la mejor opción
Su núcleo familiar no era consolidado, tenía mamá y le faltó papá, por eso se fuerona vivir a donde el abuelo. A l l í soportó maltratos porque, según él, el viejo le daba comida solo si trabajaba. “Era muy bravo, todo a las patadas. Con cinco años me tocaba madrugar para ayudar en las moliendas, me aburrí y empecé a andar, a cambiar de trabajo, solo por comida. Esa fue mi infancia y quizás la de un 60% de nosotros”.
Familiarizado
A la escuela, que considera pudo ser su salvación, solo acudió tres meses. Le tocaba caminar hora y media, por eso se aburrió. Así creció, rodeado de “esa gente” que permanecía en la casa o en un caserío. “Eran los más respetados”, destaca.
Como no había estudiado, entrar a la guerrilla se volvió una opción. “La verdad, a mí no me gustaba la subversión, eso era buscar la muerte, pero al verlos tanto me llamó la atención”.
En plena adolescencia
Al ingresar le entregaron un uniforme y una escopeta. Eso fue a los 14 años, comenta que nunca lo obligaron. “Nos dan tres o cuatro días de teoría, nos enseñan cómo se maneja un arma y el orden cerrado que es igual al de la Fuerzas Armadas. Fui avanzando hasta llegar a comandante de comisión, manejaba entre 8 y 10 hombres, aunque llegué a tener 26. Así permaneció 11 años en la guerrilla, movilizándose entre zonas de Tolima, Huila y Valle del Cauca.
Por amor
Su comandante era Jerónimo Galeano, quien coordinaba los frentes del Huila, Tolima y parte del Valle del Cauca. En un campamento conoció a la que hoy es su esposa y la madre de sus dos hijos. Ella también era guerrillera, oriunda de Chaparral (Tolima). Como Galeano conocía a Jorge desde pequeño le tomó gran cariño por eso hizo parte del estado mayor. “Las decisiones sobre movilidad las tomábamos ambos”, cuenta. “La actividad que más me delegaron fue la de mensajero, labores de inteligencia, atender las ordenes de sus superiores y repeler los ataques del Ejército y Auc”.
Un hijo qué salvar
Seis meses duró el noviazgo hasta que les permitieron convivir, siempre con una advertencia: “Ojo que ustedes no pueden irse al extremo de tener familia, ya saben las consecuencias”. Sin embargo, ella cambió el líquido de una inyección para planificar y el enfermero no se percató.
A los dos meses estaba embarazada. Esperamos cuatro meses para poder contar, si lo hacían antes, asegura, la hacían abortar. “Al contarle al jefe, ese señor escarbaba de la rabia. Por esa época hubo muchos operativos. Un día llegó el avión fantasma, hubo bombas por todas partes. Ella no perdió el bebé de debuenas. No era el día de morirnos, porque se equivocaron de flanco”.
Fuera de la guerra
A los seis meses de embarazo, Jorge llevó a su esposa adonde unos familiares. Cada vez que podía la visitaba. Cuando su hijo nació él estaba presente. “Eso me impactó. Recuerdo lo desamparado que fui y por eso me propuse que mi hijo no repitiera mi historia”.
Llovían solo bombas
A la mujer y al niño les dieron seis meses para estar con la familia. El jefe le dijo a Jorge: después de este tiempo vemos a quién le entregamos el bebé. “Hijos de guerrilleros huérfanos hay por montones, esa era mi preocupación, que mueriéramos y no lo volviera a ver. Allá lo único que llovía eran bombas”. 8 de febrero del 2008 El niño tenía ocho meses cuando Jorge huyó. Un tío les ayudó para viajar a Guadalupe (Huila). Salieron a las 8:00 de la noche en chiva. Permanecieron unos días en el pueblo y luego se trasladaron a una finca, en plena cosecha y para coger café. De tanto escuchar las campañas para desmovilizarse, llamó al 146. “No quise volver a la guerrilla, así el Ejército me lo pidiera y me ofreciera 50 millones de pesos. Mi objetivo era mi familia”.
De las montañas al cemento Al llegar a Bogotá, tuvieron apoyo psicológico y otras ayudas, como dinero. “Al independizarnos la cosa es más dura. Con esos $800 mil que nos daban a cada uno pagamos arriendo, enseres y transporte. Vivir allá es una aventura”. Conoció a una señora que le vendió una finca cafetera en Caldas por $10 millones. En Bogotá hizo el curso de vigilante.
Esta etapa Era
Era un convencido de lo que estaba haciendo, pero ahora que es un campesino dice que el Gobierno no les da garantías. No tienen seguridad social y viven con todas las dificultades. “Aunque la guerrilla tenía razón en muchas cosas, se desviaron y se volvieron un monstruo. No estoy de acuerdo que vuelen una torre o que quemen cilindros y destruyan 50 casas. Eso no tiene lógica, porque enfrentan es al Gobierno no al pueblo”.
Convencido de la paz
“Soy un aportante del proceso de paz y como desmovilizado di el primer paso. Soy un convencido del programa agrario. Sobre el desarme es muy complejo, porque no hay quién garantice la vida de ellos. Me perdonaron 11 años de ilegalidad, pero perdí mis raíces por la violencia”.
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