JULIÁN GARCÍA
LA PATRIA | CHINCHINÁ
La adolescencia de Richard Castaño, un joven de 22 años, trascurrió en medio del consumo de drogas y los peligros callejeros de su natal Manizales. A los 15 incursionó en ese mundo, por el afán de entrar en la onda de sus amigos.
Quería estudiar Medicina luego de graduarse de bachiller, pero por cosas de la vida su destino cambió. Comenzó con un cacho de marihuana, luego pasó a otras drogas más fuertes, bazuco y cocaína, que lo llevaron a la degeneración.
Todo comenzó en una noche de rumba con compañeros, en una discoteca del sector de El Cable. Conoció a un joven que lo ingresó al mundo de las drogas. Le aceptó un trago; luego, entre copa y copa, se fueron yendo hasta el Parque de Los Fundadores, donde probó por primera vez la marihuana. Un compañero sacó del bolsillo trasero un cigarrillo, lo encendió. “Malicié que era marihuana, ya la había visto en el colegio”, dijo.
El festín adictivo arrancó en plena vía pública. Como por arte de magia fueron apareciendo bolsas con polvos y pastas multicolores, comprados minutos antes en el entonces Parque de Los Enamorados.
Probadita
Un compañero, de escasos 14 años, se metió un porrazo, luego soltó una bocanada de humo y se carcajeó. “Huy parce probá, esto sabe rico; hacele que no hace daño”, le dijo. Sin pensarlo dos veces Richard le aceptó, estaba bajo los efectos del alcohol.
Entre sus manos temblorosas tomó la colilla y la chupó de una, sin mente. Ese primer porrazo lo puso algo mareado y maluco, pero al rato se le pasó. Esa noche se fumó cinco cachos más. Los demás metieron perico y otras sustancias. Todo terminó a eso de las 2:30 a.m., por los lados de la Galería, junto a una olla de vicio.
Al día siguiente se despertó en casa de su mamá, con un fuerte dolor de cabeza y los ojos rojos. Se levantó, cogió el maletín con los cuadernos, tomó un vaso de agua y salió corriendo hacia el colegio. “Borrón y cuenta nueva”, dijo mentalmente.
Comienzo
El fin de semana siguiente le pidió plata prestada a una tía, era para comprarse marihuana. La cosa le comenzaba a gustar. Al principio consumía cada mes, muchas veces a la salida del colegio, en casas de compañeros cuando hacían tareas o en los encuentros callejeros con otros adictos.
Pasó a consumir marihuana cada 15 días, luego cada ocho, sobre todo cuando salía a rumbiar. Así estuvo un año. “Me envicié tanto que ya no me provocaba ir a estudiar ni hacer tareas. Mi mamá preguntaba por lo que me pasaba, le decía que no se metiera. Dejé de estudiar y me dedique a pedir plata en la calle y en los buses para comprar vicio. En una ocasión le robé a mi mamá y por eso me echó de la casa. Hacía lo que fuera por conseguir billete: raponero, campanero y jíbaro”.
En una ocasión lo encarcelaron seis meses por robo a mano armada, salió y siguió en las mismas. Los expendedores del barrio Galán y de la Galería sabían que tenía buena plata y le ofrecían drogas más fuertes. “Decían: llévela, esta es la de moda y lo pone a viajar bien bueno, sino le gusta, la podés dejar”.
No pasó mucho tiempo, y la droga le ganó y lo arrojó a la indigencia por unos dos años. Podía durar hasta tres meses sin bañarse; deambulaba por las calles con un costal al hombro en el que cargaba un vaso plástico, una cobija rota y un par de cartones que hacían de cobija. Dormía donde fuera, se alimentaba con lo que encontraba en los basureros.
En los momentos de lucidez recordaba su vida normal. Dejaba un día de consumir, pero al otro se sumía de nuevo en las drogas.
Duró un tiempo recluido en una clínica, pero el tratamiento no le sirvió. A la siguiente semana estaba en sus andanzas.
Un día llegó a un centro de rehabilitación donde comenzó su desintoxicación y resocialización que duró seis meses.
Rehabilitación
“Mi familia me comenzó a colaborar, me enseñó a valorar la vida”, contó Richard. Aprendió a elaborar manualidades y a valerse por sí mismo. “Soy una persona nueva, me quiero, me respeto, por eso dejé esa cochinada”.
Ahora, ya rehabilitado, vende paquetes de maní a mil pesos, los ofrece en una canasta en los paraderos de buses de la estación de Chinchiná y en el peaje de Tarapacá, vía a Pereira. Se presenta como exdrogadicto que ha tenido que pasar por varios obstáculos para llegar a donde está, algunas personas le compran. El dinero es para su manutención. Paga una habitación en Chinchiná y no volvió a saber nada de quienes lo metieron en las drogas. “La vida me dio una segunda oportunidad, no la voy a desperdiciar”, concluyó Richard.
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