CARLOS HERNÁNDEZ
LA PATRIA | MANIZALES
Humberto no demoró mucho en volverse doctor. El doctor De la Calle. Aquí, en Manizales, en Caldas, quienes tienen alguna referencia general sobre él tienden a remitirse a sus épocas de constituyente; si mucho, de secretario de Gobierno del gobernador Óscar Salazar Chaves, en los 70. Nos acostumbramos a verlo encumbrado, y por ende a llamarlo doctor con esa reverencia que les tenemos a quienes ascienden en la escala pública, al punto que cuando más figuraba, como ministro de César Gaviria, LA PATRIA lo llenaba de apelativos como un caldense de "aquilatado perfil de hombre justo".
Hubo un tiempo, sin embargo, en que el doctor De la Calle era simplemente Humberto, y como tal se quedó en la memoria de quienes lo conocieron entonces. Dos colegas suyos, Ariel Ortiz y Enrique Quintero, recuerdan una parte de esa época, la de universitario, cuando el brío intelectual del adolescente le sirvió para perfilarse como un tipo hecho para eso que suelen llamar grandes cosas, que puede ser cualquier cosa. En este caso se trató de un funcionario que, en lo más alto de su carrera, alcanzó la Vicepresidencia de la República, coqueteó con la Presidencia, y hoy es la cabeza visible del equipo negociador del gobierno Santos en La Habana.
Ariel Ortiz, de Montenegro (Quindío), ha sido su amigo desde 1964, cuando coincidieron en el primer semestre de Derecho en la Universidad de Caldas. Recuerda él: "A Dios gracias haber perdido cuarto de bachillerato porque me permitió hacer parte de una promoción excepcional de abogados, de la que Humberto era el más joven y se destacó como de los primeros en rendimiento académico".
Eran épocas de estudiantes combativos, lo que no implica que todos fueran de izquierda radical. Humberto, llegado a la conservadora Manizales sin haber cumplido un año luego de que su padre se vio obligado a salir de Manzanares por la violencia bipartidista, comenzó a darse a conocer como un joven de ideas liberales, sin que eso lo inscribiera de una vez en el que terminó siendo su partido.
Sus opiniones las plasmó en Fogueo, periódico que fundó y que tenía como lema "Fuego en la idea". También las lanzó en arengas cuando encabezó el grupo de oradores de varias protestas estudiantiles. Ortiz recuerda que en una ocasión su querido amigo invitó a los compañeros, a voz en cuello, a que marcharan de la Plaza de Bolívar, donde estaban, al Colombo, que aún quedaba en el Centro. "Se armó una gran pedrea en protesta por unas bases militares de Estados Unidos en Colombia. Desafortunadamente resultó un policía herido y acusaron a Humberto de haber sido el autor. Por orden del gobernador fue a parar a las rejas por escasas horas, y Adolfo Vélez Echeverri, entonces decano de la Facultad, se encargó de hacer las vueltas para que saliera".
Tertulias
En Fogueo además escribió, entre otros, Enrique Quintero, también estudiante de Derecho, aunque no fue compañero de curso de Humberto. Aquel recuerda que las discusiones allí plasmadas se trasladaban a tertulias "con otros queridos amigos como José Fernando Escobar Escobar, Herman de los Ríos y Augusto León Restrepo".
Lector voraz, al tiempo que cumplía con sus textos obligatorios en la carrera, se le midió a Faulkner, Dos Passos, Camus y Steinbeck, afirma Quintero, sobre los que también tertuliaban en Las 13 pipas, grupo de "lectura un poco bohemia, literario-filosófica", cuyos miembros principales rodeaban la veintena. En sus visitas esporádicas él dejaba ver su solvencia a la hora de conversar, otra aptitud que le destacan desde joven. Afirma Ortiz: "Tiene toda una estructura intelectual y política que hace que quien tiene la oportunidad de compartir con él no quiera que se separe".
Fue nadaísta. ¿Fue nadaísta? Parece algo en discusión. En una reciente entrevista él se describió como una especie de "monaguillo del Nadaísmo" desde que estaba en bachillerato en el Colegio Mayor de Nuestra Señora (Colseñora). Intentó versos, y le tocó el momento en que Gonzalo Arango, el nadaísta mayor, llegó desde Medellín a la Universidad de Caldas a recitar poemas escritos en un rollo de papel higiénico. Pero Quintero, que atribuye el gusto por ese movimiento a un entusiasmo de la época, considera que Humberto "nunca hizo nada como nadaísta". Y con ese "nada" sugiere que a su amigo le faltó ser más contestatario.
Es algo que el escritor, ese sí nadaísta, Eduardo Escobar aborda en su reciente columna en El Tiempo, cuando se pregunta: "¿Cómo había podido salvarse (Humberto) del naufragio que representó el Nadaísmo para nosotros?", y se responde que, mientras ellos, acogidos a sus manifiestos, se dedicaban a "desacreditar el orden establecido", aquel estudiante brillante terminó haciendo parte del establecimiento.
Proyección
Fueron tiempos, continúa Ariel Ortiz, de usar sombrero, de contar el tango entre los pasatiempos, de mecatear por montones en La 23 y comerse los perros calientes más grandes. De fumar pipa.
Así, en medio de mucho estudio, trascendentes veladas literarias y las pequeñas y necesarias frivolidades de la vida pasaron los años universitarios que Humberto empató con el litigio y más estudio, por ejemplo en Brasil, donde sus profesores "lo recordaban vivamente por su brillante inteligencia", de acuerdo con Enrique Quintero, quien hizo el mismo curso un par de años después.
Su papel como funcionario se dio con cargos como el de secretario de Gobierno de Caldas, o incluso como decano de su facultad en épocas en las que estudiaba allí Bernardo Jaramillo. Ya era el doctor De la Calle.
Mientras Ortiz afirma que esa gestión como decano fue de marcado corte constitucionalista, Quintero, que ya era profesor allí, complementa que fue la flexibilidad, y no la represión, lo que caracterizó al doctor para conciliar con los estudiantes. Un papel que, considera, visto a los ojos de hoy, lo comenzó a perfilar para desempeñar roles como el de negociador.
Algunos amigos lo veían más con un futuro académico, pero se vino, uno tras otro y como un torrente, esa seguidilla de cargos que lo sacó del barrio La Francia y se lo llevó del todo a Bogotá: fue registrador Nacional, magistrado de la Corte Suprema, ministro de Gobierno de César Gaviria, constituyente, precandidato presidencial, vicepresidente de Ernesto Samper, embajador en España (también de Samper, a quien le renunció), embajador en Reino Unido y ministro de Gobierno (en la Presidencia de Andrés Pastrana).
¿Cómo han visto ese ascenso desde aquí? Ortiz considera que ha sido un efecto natural de su preparación, un reconocimiento a su diligencia para saber tomar decisiones (sobre todo en el cargo que hoy ocupa), de su capacidad de "ser líder de la paz o de la guerra".
Quintero cuenta que junto con otros conocidos de la época han tocado el tema: "hemos conversado sobre su interés en la política, y hemos concluido que, por su talante y compromiso con sus buenas maneras, no es un buen político. Decía un amigo que 'no levanta votos ni para ser concejal de su pueblo'". Ortiz, que no esconde su cariño, replica: "La vida de Humberto ni física ni políticamente ha terminado. No descarte una posible Presidencia".
Por ahora se dedicará a negociar, a dialogar con las Farc, algo ante lo que tiene, según ha declarado, una "esperanza limitada". El coloquio de los 60 sufrirá una transformación sustancial, aunque dicen los amigos que mantiene la esencia del buen interlocutor que sabe escuchar y es prudente para hablar. Cualidades que se esperan de la otra parte.
Otros caldenses intentando la paz
*Del equipo negociador del gobierno Santos hace parte Lucía Jaramillo Ayerbe, nacida en Manizales y quien desde el comienzo de la administración se desempeña como alta consejera del presidente de la República. Es experta en resolución de conflictos.
*Sergio Jaramillo Caro, aunque bogotano, es de ascendencia caldense.
*El político e intelectual riosuceño Otto Morales Benítez integró dos comisiones de paz: la de Alberto Lleras Camargo (1958-1962) y la de Belisario Betancur (1982-1986). Durante el gobierno del primero se creó la comisión investigadora de las causas de La Violencia, mientras que con Betancur, el 8 de octubre de 1982 asumió como coordinador de la Comisión de Paz, que a la postre logró los acuerdos de La Uribe (Meta) con las Farc.
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