Karol Ramírez Betancur
LA PATRIA | Bogotá
Existen editoriales para infinidad de temas, pero solo existe una en el mundo que busca construir historias de la vida cotidiana, al mando de colombianos que padecieron la guerra. Su sede es un parqueadero. Los libros los hacen a mano y su nombre le hace honor al cartón reciclado, a la grafía como el arte de escribir y a los recorridos de las víctimas por la geografía nacional.
Cartongrafías es una editorial que surgió en los talleres de “Los Oficios de la Memoria”, que ofrece el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, en Bogotá. Hacen parte de estos el “Costurero de la Memoria”, “Sabores y saberes”, “Teatro Foro” y la editorial artesanal, que se ha convertido en un modelo de autogestión. Sus libros y libretas son un producto auténtico necesario para de la memoria del país.
Los libros de Cartongrafías despiertan curiosidad por los detalles. Como las calacas mexicanas, sus portadas contienen grabados de tinta negra; adentro, dibujos de árboles, carros, mapas, animales, juegos, caminos y carreteras polvorientas que se funden con el color tierra del cartón.
Tener una obra de estas en las manos es un acto de solidaridad y es darse cuenta de que no solo se observa algo bonito y amable con el medioambiente. En realidad se palpa la catarsis del dolor de un ser humano, que escribe, dibuja y publica un acontecimiento de su tragedia. Arte es sentir que ese objeto le ha permitido a Jorgito, a Marcela, a Juan Rolando, a Luis Felipe, a María, mirar al frente, peinarse con ganas y seguir la vida.
Desde Florencia
La cartongrafía de Marcela Ospina se inicia en Florencia, corregimiento de Samaná (Caldas), donde vivió su infancia y adolescencia. En la vereda Guayaquil su familia construyó una casa con ayuda de los vecinos que vieron el primer inodoro de cerámica, como si fuera la última tecnología de los años 80.
Una florenciana que vivió la selva en recorridos de ocho horas de camino hasta el pueblo, recuerda en particular el olor de los árboles, la tranquilidad y la solidaridad de la gente, de quienes habla viendo hacia el cielo. Esa mirada se opaca al inclinar la cabeza y relatar su secuestro y la muerte de sus amigos.
Luego de la toma de 1996 salió desplazada hasta Bogotá, estudió medicina y realizó efectos especiales para grandes producciones de televisión. Hoy es líder de la editorial Cartongrafías, defendiendo los derechos a la verdad y a la construcción de memoria.
“Que en cada saltito dejes las risas, las enormes carcajadas, mientras construyes historias de vida en cada número de la golosa que dibujas con piedritas”, La golosa, Marcela Ospina.
Ocho integrantes
Cartongrafías se consolidó como proyecto editorial en el 2013. Actualmente cuenta con ocho integrantes empoderados de sus historias. Entre ellos se distribuyen las labores de escritura, reciclaje, diseño y encuadernación. Su sede se encuentra en el Centro de Memoria Paz y Reconciliación, allí tienen un espacio reservado en el parqueadero por el que no pagan alquiler. Este apoyo les ha permitido abrirse camino en el mundo editorial, pues forman parte de la Red Latinoamericana de Editoriales Cartoneras, que publican la actividad cultural latinoamericana sobre cartón. En menos de un año de actividad, tuvieron uno de los estands más visitados en la Feria del Libro del 2015; han recibido invitaciones de Argentina, Estados Unidos y del continente europeo, además, recorren Colombia con exposiciones y talleres.
La voz de Marcela Ospina es suave, sin rastros de acento montañero, pero al referirse a Florencia su mente viaja, toma oxígeno desde la selva y regresa con palabras hermosas y un cariño que a pesar de los años no termina. Dice que quiere volver, pero aún no ha recuperado la fuerza suficiente. Mientras tanto dedica sus días a reconstruir historias de este lugar.
Está escribiendo la historia de “Jorgito”, un niño que cuenta la vida en la selva de Caldas, y cómo se fue transformando con la llegada de la guerra. Sus capítulos hablan del temor: “corrí, lloré, grité”. De lo que significan los rumores crudos para los niños: “mamá le cuenta a papá que faltaban más niños en la vereda”. De su juego favorito encima del marrano, y de la fueteadora, una culebra que se envuelve en los pies de los campesinos y los golpea con la cola hasta agotarse.
Artesanos
El autor de cada libro es artesano de una prueba de supervivencia, con historias de película que hacen de este producto tipo exportación. Le apuestan al lenguaje sencillo y se enriquecen con el variado dialecto de cada región del país, que en otros idiomas no se alcanzan a imaginar. Cómo contarle a un extranjero la historia de “Colimocho”, la mascota de un niño traducida al inglés, e intentar no sonreír: “This is the story about Colimocho”.
La forma del mapa colombiano se estampa en nuestro imaginario desde los primeros años de escuela, cuando se requería un gran esfuerzo para pintar: con azul los ríos, con verde las montañas y con colores oscuros, delinear el territorio de nuestra compleja geografía. Para los autores de Cartongrafías debe ser más difícil hacer un dibujo con estaciones que viajan de la alegría al dolor, y enfrentarse al pasado para decidir qué parte de su horror no debe olvidársele al país. También realizan un trabajo de reconstrucción de la memoria de los pueblos, de la riqueza natural y cultural de los rincones de Colombia que a veces no se alcanzan a ver en Googlemaps, ni en los canales de televisión, para que el mundo se entere de lo que la guerra les arrebató.
“Soy de la selva y la comida más deliciosa es las torrejas, el almedrón, el dulce de guanábana y en el pueblo un delicioso pintadito”, Semillas de ciudad.
Lejos del campo
El desplazamiento de los campesinos e indígenas a la ciudad, el contraste de la vida urbana y rural es un tema importante al que Cartongrafías le ha prestado atención. Marcela recuerda a un familiar que se fue a trabajar a Bogotá; tiempo después llegó al pueblo con zapatos y plata, y contando una realidad imaginaria sobre la ciudad.
Todos en el pueblo admiraron al citadino por su éxito, pero cuando salieron desplazados se enteraron de que la realidad era otra.
“No me gusta la ciudad porque por todo hay que pagar, no podemos jugar con el agua. La señora dueña de la casa dice: el agua cuesta, no desperdicien, cierren la llave”. Pero claro como doña Pepa no tiene una montaña de agua como la que teníamos nosotros en el campo, tiene miedo de que se le acabe el agua”. Montaña de agua, Arley.
Un dilema que enfrentan las víctimas es recuperar el lugar en el mundo que les brindaba un pueblo, un caserío o una vereda: “la posibilidad de ser el mejor fontanero, de tener el mejor cultivo de maíz o ser el maestro más querido”, Marcela.
Cartongrafías le ha dado la posibilidad a sus autores de formar un proyecto de vida por medio del arte.
“El lugar donde sale el sol radiante, lugar de aventura y heroísmos. En donde soy mono sobre los árboles [...], donde soy pez porque me sumerjo en los ríos sin parar, en donde me convierto en el hombre invisible cuando me escondo en las caídas de las cascadas.
En donde puedo ser solamente yo. En donde no soy el niño pobre, el desplazado. En donde soy héroe, en donde quedó el hogar de los recuerdos en el pueblo”, mi pueblo.
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