Pedro Juan Alzate Giraldo
LA PATRIA|Bogotá
A Juan José Arias apenas si le alcanza el tiempo para cumplir con sus compromisos cívicos y religiosos adquiridos con la comunidad de Pensilvania. Desde su juventud escogió como opción de vida la de servir a los demás, en especial a los más necesitados.
Vocación samaritana
Cientos de personas de Pensilvania beneficiadas con sus buenos oficios y en especial los habitantes de La Esperanza, vereda en la cual ha transcurrido gran parte de su vida, damos fe de su vocación samaritana. Gran parte de su tiempo y de su escaso peculio han estado dispuestos al servicio del prójimo.
Se le veía correr de un lado para el otro para asistir a los enfermos y proveerlos de los medicamentos para su recuperación. Si era mucha la urgencia, en un santiamén organizaba una comitiva para sacar en camilla al herido o al desvalido que ya no podía valerse por su cuenta y ponerlo a salvo en el puesto de salud o en el hospital del casco urbano, a la vez que velaba porque la familia desamparada tuviese al menos lo necesario para su subsistencia mientras duraba la emergencia.
Recuerdo que un día de enero de 1967, muy de mañana, llegó acompañado de los trabajadores a su cargo a la vivienda de un vecino que se encontraba incapacitado para trabajar, y durante toda una jornada le desyerbaron el cafetal que aquel humilde agricultor trabajaba en calidad de cosechero.
No conforme con ello, durante las dos semanas siguientes, a manera de enfermero voluntario, procedió a proporcionarle los medicamentos que él mismo había adquirido hasta verlo recuperado, acción que unos meses después repetiría con la esposa del mismo labriego.
En el evento de que alguna persona falleciese y sus familiares no contasen con los recursos necesarios para el entierro, situación muy común en su vereda, de inmediato asumía los gastos funerarios. De igual manera se ocupaba de los más desamparados o en situación de pobreza extrema, con quienes desprendidamente compartía el bastimento que llevaba para alimentar a su familia. Resulta difícil mencionar y describir en este espacio cada uno de los gestos de solidaridad que han marcado la vida de don Juan José, pues su altruismo con los demás no ha tenido límite.
Líder cívico
Su vocación cívica comenzó a gestarse en asociaciones campesinas como la Junta de AcciónComunal de su vereda, institución a través de la cual se ocupaba de buscar solución a los asuntos concernientes a la comunidad. Era frecuente verlo presidir bazares y otros eventos e interceder ante las autoridades municipales en procura de conseguir los recursos necesarios para construir las obras de beneficio común, acciones que merecieron el reconocimiento no sólo de sus vecinos más cercanos, sino de toda la comunidad de Pensilvania, que a partir de 1972 y hasta el 2015 -de manera ininterrumpida- lo eligió concejal. Lideró la Corporación política con sobrados méritos y contribuyó al desarrollo socioeconómico de la región.
Con el mismo entusiasmo representó durante años -en calidad de delegado- los intereses del gremio cafetero ante el Comité de Cafeteros y la Cooperativa de Caficultores.
Una vida consagrada a Dios
Con la misma mística que se ocupa de los asuntos del César lo ha venido haciendo con los intereses de Dios, al que ha consagrado otra parte de su existencia a través de la vinculación activa con las diferentes congregaciones religiosas de la parroquia y con su asidua colaboración con todas las celebraciones religiosas, especialmente la de Semana Santa, que siempre cuenta con su fervoroso aporte.
Desde cuando vivía en la zona rural y ahora en el casco urbano preside el cenáculo, espacio de hermandad religiosa en el que comparte la lectura y las enseñanzas de pasajes bíblicos en un encuentro de regocijo espiritual consigo mismo, con sus semejantes y con su creador.
La sociedad San Vicente de Paúl de Pensilvania, institución de beneficencia que atiende a familias y personas en situación calamitosa, también ha contado con su valiosa contribución. En ocasiones como presidente y en otras oportunidades como miembro de su junta. Es habitual verlo gestionar los recursos para su sostenimiento.
Con su abnegada esposa, Rosalba, quien durante más de 50 años fue su soporte en la vida, conformó una admirable familia compuesta por 11 hijos, más algunos parientes que se quedaron a vivir con ellos, dejando espacio además para albergar y alimentar a cuanto transeúnte o visitante lo requiriese, que hacían que su hogar fuese uno de los más cálidos de la región.
La violencia lo tocó
Su generosidad y civismo no logró blindarlo contra la violencia. El 9 de febrero de 1990 dos sicarios llegaron a su casa de campo y le propinaron una ráfaga de siete disparos que lo dejaron al borde de la muerte. Pese a la gravedad del atentado alcanzó a desenfundar su machete y salir tras los agresores, quienes alcanzaron a escapar sin ser descubiertos. La oportuna intervención de dos reconocidos galenos de la región, sumada a la “voluntad de Dios”, según don Juan José, hizo posible su recuperación para continuar con su misión filantrópica y espiritual al servicio de sus paisanos, quienes no dejamos de admirarlo.
Nota del autor
En nombre de mi familia quiero agradecerle a don Juan José que un día de enero de 1967, y unos meses después, asumió el papel de Ángel de la Guarda. Se ocupó de los quehaceres y de la salud de mis padres y luego, de manera temporal, me hubiese acogido en su hogar como un hijo más, cuando apenas comenzaba a estudiar, sentimiento de gratitud que seguramente muchos de los habitantes de Pensilvania también quisieran expresarle en reconocimiento a su desprendida labor de servicio.
Don Juan José Arias fue el único concejal del Centro Democrático que asistió a todos los actos que realizó el anterior alcalde de Pensilvania, Germán Ríos. Su razón: eran actos de Gobierno y no cosas de política partidista.
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