Lo disfruto pero lejos de los estadios. Más que miedo a las multitudes, me aterrorizan las que van o vuelven de un partido. Prefiero verlo por televisión. Es más bonito, se aprecia el espectáculo y me repiten los goles al instante. Por otro lado, vivo pendiente de cada juego del Once Caldas, porque es el aviso de que debo evitar el área de influencia del Estadio Palogrande, en particular no pasar por las vías por donde circulan los hinchas antes de la entrada, pero sobre todo, después de la salida.
Los trágicos hechos recientes reafirman el pánico y la sensación de intranquilidad que rodea lo que antes era solo deporte, pero que hoy tiene más de espectáculo.
De este tema he hablado de manera informal con personas de otras ciudades. Les pasa algo semejante. Da terror ir por la calle y encontrarse a dos o más jóvenes con la camiseta de su equipo el día del juego. Se te acercan y, con ojos desorbitados, piden cien pesitos porque van pa'l partido. He visto a mujeres asediadas hasta por cuatro y cinco hinchas. Hay que observar sus rostros aterrorizados.
¿En qué momento cambió tanto el ritual de ir a fútbol? ¿para qué sirve una barra de fútbol? ¿por qué se comportan así? Es difícil poner el dedo en la llaga de un problema social, surgido en las últimas dos décadas. Da desconfianza hablar del tema porque jamás estamos lo suficientemente informados acerca de lo que sucede en esos combos de muchachos. Sin embargo, es claro que más allá de los cantos, los trapos y las camisetas son el segmento preferido de muchos jíbaros para la venta de estupefacientes.
Por otro lado, puede ocurrir que uno termina auscultando las áreas sanas y el paciente cree que le duele en ese sitio cuando el mal está en otro. Con las barras sucede lo mismo. Los hay excelentes en su comportamiento, leales en el triunfo y la derrota. Cuando el hincha está solo es inofensivo, pero si se suma al grupo puede suceder lo inesperado. Ante esa incertidumbre es que prefiero ir a ocupar otra zona de la ciudad, lejos del riesgo, por ejemplo, Chipre que es un fabuloso punto de encuentro, el mejor de Manizales. Preferiblemente en mi casa, haciendo fuerza por el Once frente a la pantalla, regularmente de un computador. Inclusive escucho los excelentes relatos de Carlos Eduardo Ríos o de Rafa Torregroza. En internet también sobran las señales.
Para evitar riesgos inútiles soy un hincha a distancia. Me gusta el fútbol y mucho más el equipo blanco, pero sé que no debo pasar por allí en esas jornadas. Hace poco tuve que manejar por esa ruta, luego del partido nocturno que disputó el Once Caldas con Deportes Tolima, por Copa Colombia. Fue un error que confirmó mis temores.
Un joven agarró entre sus brazos a una adolescente -los dos vestidos con camiseta del Once-, vinieron de frente hacia el carro y me tocó parar, por fortuna estaba rodando despacio. Segundos después otro muchacho que los acompañaba me retó malencarado. Estaba alicorado y, supongo, bajo efectos de alucinógenos. Discutí solo un poco con él hasta que el primero nos persuadió de dejar las cosas tranquilas.
Me fui contrariado, más que por el desagradable encuentro por no haber recordado a tiempo que había jornada futbolera. Eso me ayudó a reafirmar que debo evitar el estadio cada que hay partido. Me da miedo lo que pueda pasar.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015