No solo el actual gobierno nacional, también los que le antecedieron en las últimas tres décadas han hablado de la necesidad de recuperar la navegabilidad del río Magdalena, como un hecho que en el pasado generó para todo el país, pero en especial para el territorio del Magdalena Centro, desarrollo de actividades sociales y económicas de diversa índole, así como intercambios comerciales, culturales y hasta étnicos, por cuenta de quienes se adentraron desde el Caribe y se enamoraron de las tierras y quienes las poblaban en Honda, Puerto Salgar, La Dorada o cualquier otra población ribereña.
La navegación por el río Magdalena, que el presidente Santos ha referido como el “sueño de Bolívar”, no solo corresponde con dicho sueño o con las narraciones de García Márquez. Fue una realidad a la que las poblaciones ribereñas le deben buena parte de su riqueza arquitectónica, cultural, gastronómica e histórica, entre otras ganancias. La pregunta que cabe es si estos aspectos de la vida del río, que van mucho más allá de la viabilidad del canal navegable, están contemplados en el “Programa de Recuperación de la Navegabilidad del río Magdalena” que el gobierno nacional promociona como una realidad concreta, con licitaciones abiertas, metas establecidas y recursos previstos por encima de los dos billones de pesos.
No cabe duda que el transporte de carga por el río, con sus costos significativamente menores, es imprescindible para afrontar los retos de los acuerdos comerciales actuales de nuestro país, así como es una de la principales oportunidades para la reactivación económica y la construcción de progreso para los municipios y departamentos que tocan la corriente del río. Para eso se necesita la profundidad de 7 pies, y para obtenerla, el dragado y la construcción de obras de encauzamiento. Lo anterior, necesario por demás, no puede significar la recuperación del río en su integralidad.
La navegabilidad del siglo pasado, además de permitir la entrada de carga, permitía el avistamiento de caimanes y manatíes, movilizaba compañías de teatro, científicos y músicos, generaba empleo para los ribereños y sentó las bases para que fueran erigidas sus sociedades. La navegabilidad que se propone para este siglo, puede generar similares beneficios en lo económico, o incluso mayores, pero no parece pensada para el restablecimiento del equilibrio ecosistémico, o al menos su adecuada compensación. Tampoco parece ocuparse del deterioro social que aqueja a las poblaciones ribereñas y de los riesgos asociados a un desarrollo económico que no sea incluyente, como muchos de los que se dieron a partir de la segunda mitad del siglo anterior en Colombia.
Quienes poblamos los municipios y departamentos surcados por el Magdalena no podemos menos que apoyar la iniciativa de recuperación de navegabilidad. Si es un proyecto estratégico para el país, lo es más para nosotros. Pero tampoco podemos dejar de llamar la atención sobre los temas pendientes en la llamada “Recuperación”, a todas luces incompleta. No es que el gobierno nacional no lo sepa, es que la historia de nuestro país en los últimos 60 o 70 años ha repetido el exceso de confianza en que el desarrollo económico, por si mismo, genera las condiciones para que los aspectos sociales, ambientales, culturales e institucionales se fortalezcan sobre la base del progreso económico. Este supuesto requiere que, como mínimo, ningún actor involucrado en la gestión del desarrollo desconozca los intereses y demandas de los otros actores, y menos aún, que los suprima a través de la concentración de poder o riqueza.
Mucho más nos debe interesar si asumimos que lo que ocurre con el río no se explica solo por la dinámica de su cauce, sino por la gestión de su cuenca. Los sedimentos que hoy deben ser dragados, antes fueron suelo fértil en las laderas de Huila, Tolima, Caldas, Antioquia o cualquier otro departamento. Mejor que dragar, y más barato en el largo plazo, sería apoyar a los campesinos de las laderas para que no pierdan su suelo, que es a la vez soporte de su sustento. Mejor que una vía acuática para ingresar los alimentos que Estados Unidos y Europa producen a menor costo y subsidiados, sería una planificación integral de la cuenca, con enfoque territorial, para que los pescadores, agricultores, maestros, estudiantes o cualquier poblador pudieran gozar de una vida de bienestar y seguridad en relación con el río, y que el río vuelva a ser una corriente de vida.
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