Es evidente que el deseo de cualquier político profesional es estar en el poder. Para lograrlo, en un sistema como el nuestro, necesita votos. Hay diferentes maneras de conseguirlos, unas más efectivas que otras, unas más nocivas que otras, unas más sensatas que otras. En la actualidad, la mayoría de ellas siguen la misma tendencia: rapidez, eficacia y facilidad. La fórmula que más se acerca a estos principios es, como ustedes saben, la de la compra y venta, el comercio más simple. Pero no cualquiera tiene aptitudes para vender y hay mercancías que se venden mejor que otras, así que la mayoría de los discursos políticos están encaminados a hacer que esa transacción sea posible. Aquello que “no da votos” se desecha de inemdiato.
Dentro de lo que se ha desechado por no ser efectivo electoralmente están la cultura y la educación. Es cierto que no es fácil, ni rápido, ni eficaz –si se mira desde el punto de vista del corto plazo– promover procesos culturales. Entre otras cosas, porque, aunque estén relacionados, la cultura es diferente del circo, que sí da votos. Pero esto no significa que la cultura sea ineficiente en términos electorales, todo lo contrario. Lo que pasa es que su eficiencia difiere de lo que suelen buscar los políticos profesionales en la actualidad que, por algún extraño motivo, solo pueden pensar en las siguientes elecciones, y nunca más allá de eso.
La cultura tiene la capacidad de consolidar proyectos a largo plazo porque puede hacer que las personas se identifiquen con ellos, algo que nunca podría lograr la simple compra de un voto o cualquier otro procedimiento clientelista. Casi como la recurrente fantasía de obligar a alguien a hacer algo y , al mismo tiempo, que disfrute hacerlo. Pero a los políticos profesionales actuales parece no interesarles que crean en ellos, limitándose, así, a una carrera de corta o mediana duración.
Los proyectos culturales tienen una particularidad que se hace muy evidente cuando se vinculan con la política. Además de que permiten una identificación de las personas, transforman la actividad del político y, con ello, sus objetivos. Ahí esta la clave del paso de una simple empresa electoral a una carrera política, propiamente dicha. Basta con echarle una mirada a este tipo de procesos a lo largo de la historia. Puede que la cultura no de tantos votos como otras prácticas, pero ella es la que puede darle estabilidad y estructura a un proyecto político.
Nos referimos a la cultura en un sentido amplio, al conjunto de prácticas que llevan a la construcción de una comunidad. Entre ellas está la conversación, la música, la literatura, la danza, el teatro, el cine, la religión, etc. El político profesional debería tener en cuenta que estos elementos son muy relevantes para la consolidación de lo que, en sus términos, se conoce como “bases”.
PAC
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015