Andrés Rodelo
Lo mejor: la escena del aeropuerto.
Lo peor: que, al final, peca un poco de sentimentalista (aunque solo un poco).
Antes de ver Capitán América: Civil War ya sabías que la película planteaba una mezcla de personajes, que dobla con creces la apuesta del encuentro de franquicias que Los Vengadores hizo en su momento. Pues bien, cuando terminas de verla te percatas de una mezcla más: la de géneros. Thriller conspiranoico con guiños al cine de espías en la primera y tercera parte, circo de tres pistas cómico (espectáculo en espléndida forma) en la segunda.
Pero no temas. Esta no es una mezcla que te producirá indigestión (te estoy mirando, Batman v Superman), sino una que descubres con asombro, como si alguien te deslumbrara de repente con un plato delicioso y desconocido por el que no dabas un peso, desconfiando de la reunión de sus ingredientes, y que luego te cierra la boca al ser un hallazgo brillante de la experimentación.
Y la experimentación es producto del riesgo, de la búsqueda que determina la senda narrativa de esta cinta, muy poco interesada en masajear al fanático, sino en ampliar la mitología del Universo Cinematográfico de Marvel por derroteros inéditos, una serie de blockbusters en riesgo de caer en lo previsible y de abrumar por repetición, pero que entrega tras entrega sigue dando cuenta de un rebosante estado de salud, soportado en la necesidad de hacer entretenimiento sin que ello implique irrespetar la inteligencia del espectador, sin que te traten como un asno para conquistar la taquilla.
La pregunta que surge es la siguiente: ¿cómo lo hacen?, ¿cómo los directores, los hermanos Russo, y los guionistas, Christopher Markus y Stephen McFeely, administran de manera tan eficaz la cantidad de personajes con los que lidian, cómo sobrellevan esta acumulación de sagas correspondiente a las anteriores cintas e, incluso, cómo es que todavía agregan más elementos a la narración?
Pues lo hacen, sencillamente, otorgando un valor específico a la exposición de cada personaje, dándole un peso que interactúa en feliz armonía con el peso de los demás, lo cual queda demostrado en el combate del aeropuerto, un instante que (desde ya) tiene que esculpirse en el mármol de lo mejor que el cine de superhéroes ha dado de sí. Estuve al borde del colapso durante esta escena, experimenté una especie de síndrome de Stendhal, embriagado por la danza de la lucha.
Una adaptación narrada con destreza, consciente de no acatar el rumbo de la obra original al pie de la letra y que, en lugar de ello, se toma sus licencias, las aterriza a las singularidades narrativas del cine de Marvel. Esto es algo que todavía les cuesta a los fans, empecinados con que las películas tienen que ser representaciones fieles de los cómics. No entienden que la adaptación es una extensión de la obra, mas no una transcripción literal de la misma con imágenes en movimiento. ¿Qué gracia tendría si fuera así?
Corran a verla
Sorprende su insospechada conexión con el Lex Luthor de Batman v Superman (atención al personaje de Barón Zemo), que casualmente sirve como lección de cómo debieron hacerse las cosas en DC - Warner. Por otra parte, explora el dilema libertad – seguridad del cómic, con sus implicaciones éticas y morales, y conecta con ansiedades sociales como la irrupción del terrorismo en Europa, al igual que con el estado de vigilancia extrema que pretendió la NSA en su momento.
¿Y Spider-Man?, bueno, ¡es Spider-Man! ¿Dónde te habías metido, muchacho? Si has leído los primeros cómics del arácnido, autoría de Stan Lee y de Steve Ditko, notarás que la esencia del personaje está allí, de que efectivamente el rumbo que se le está dando a Spidey deja muy buenas sensaciones de cara al protagonismo que tendrá más adelante.
Palabras más, palabras menos: un sueño cumplido.
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