Los toros llegan y se van con la lluvia
Fecha Publicación:
Martes, Enero 5, 2016
FOTO | Freddy Arango | LA PATRIA Capas, sombreros y hasta ponchos sirvieron a los espectadores para evitar la lluvia.
Luis F. Molina
EL PREGONERO | Manizales
A veces las cábalas vienen cargadas de profundas broncas y eso fue lo que aconteció ayer en Manizales. Después de una temporada soleada, de intensos calores al sol y a la sombra, la lluvia imperó en el encierro de ayer, uno que tuvo los mismos grises en el ruedo que en el cielo.
El primer ejemplar de la tarde, Adriano, reconocía la arena manizaleña cuando pocos le prestaban atención a sus hechuras y a su trapío. En los tendidos se vivía un fenómeno propio de las tardes lluviosas y llenas de dudas: aficionados en todas las gradas de la plaza se paraban de sus puestos. En sus bolsos buscaban los refundidos plásticos con los que se proponían ignorar la lluvia y vivir la lidia. Otros muchos subían las escaleras para escamparse, hasta taparse los unos con los hombros de los otros.
El unísono de la intensa lluvia en el primero de la tarde se mantuvo. Sin pena ni gloria pasó Adriano, con su distintivo cárdeno. Por cincuenta minutos llovió fuerte. No había florituras. Tampoco momentos que generaran optimismo. Las espadas eran erráticas como la misma tarde, que con lluvia generaba frustración y desespero en los tendidos, no por defecto de los novilleros, sino por el discreto desempeño del encierro de Salento.
A las 4:39 de la tarde la lluvia se convirtió en una incómoda llovizna pertinaz. Las capas se mantenían presentes para darle todos los colores a los tendidos. Se veían amarillas intensas, otras casi fluorescentes y hasta aficionados que buscaban esquivarla con plásticos de basura.
La lenta marcha de la lluvia del cielo manizaleño dejaba una tarde opaca. Después de nueve avisos y tres toros devueltos a los corrales, los chispazos de emoción en los tendidos y en el ruedo se sintieron.
A las 5:23 de la tarde, cuando apenas terminaba el cuarto novillo, se intensificaba la llovizna. Fue la señal clara para que muchos otros decidieran salir de la plaza de toros, sin temores ni dudas.
Al final de la tarde, dos pasodobles y tres lopecinas. Cuando Leo Valadez dio muerte al sexto, solo quedaba casi la mitad del aforo. Gran asistencia para una tarde que no correspondió.
Corrida lluviosa, ruidosa, pero que no logró melodías; solo la gota desesperante de la llovizna que lo estropea todo.
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