LA PATRIA | MANIZALES
Ya pasaron 29 años del fatídico 13 de noviembre de 1985, cuando el Volcán Nevado del Ruiz hizo erupción y provocó una avalancha que mató a 23 mil personas en Armero, Chinchiná y Villamaría. Pese a eso, las personas que sobrevivieron recuerdan con dolor ese desastre.
Ellas aguardan con esperanza que el Gobierno Nacional los reparé y esperan, algún día, volver a ver a sus seres queridos, a quienes perdieron y todavía no quieren dar por muertos.
Gloria en su tragedia
Gloria Marín Guzmán vive en Ibagué, es madre de cuatro hombres, dos de ellos son policías, otro es odontólogo y el menor decidió seguir los pasos de su padre, por lo que trabaja junto a él como técnico electricista. En sus piernas y rostro no solamente quedaron las marcas de la avalancha, sino las secuelas de haber perdido a su primera familia.
Ella logró rehacer su vida. No solamente dice disfrutar de unos hijos maravillosos, un esposo amoroso y tres nietos que le alegran la vida, sino que agradece a Dios por haber podido seguir adelante, luego de haber perdido a sus tres hijos y a su primer compañero en Armero. Piensa que están desaparecidos y confía en que algún día podrá volver a verlos.
Gloria se lamenta porque el Gobierno nunca les brindó a ella y a los otros sobrevivientes el apoyo psicológico suficiente para recuperarse, incluso les ofrecieron unas casas en esa época, pero tuvieron que pagar para obtenerlas. Apenas lograron un subsidio de $200 mil, y se vieron obligados a dar, durante cinco años, cuotas de $50 mil mensuales para adquirir viviendas de un millón.
Nacida y criada en Armero, recuerda afligida a su pueblo como un lugar próspero, hermoso, de parques grandes y no puede contener las lágrimas cuando se refiere a Belisario Betancur, presidente de Colombia en esa época, al gobernador de Tolima y al alcalde de su pueblo, a quienes culpa del trágico día que vivieron los armereños.
"Ese día no nos avisaron con tiempo, alguna gente evacuó porque el cura de la iglesia avisó, pero otros nos quedamos esperando la orden que nunca llegó, el alcalde nunca dijo nada, nos dejaron solos", sentenció Gloria.
Ella llegó de Ibagué a las 7:00 de la noche del miércoles y arribó a su casa cerca a la estación de energía, cuando Saúl, su exesposo, le advirtió que debían estar pendientes. Dos horas después les contaron que el río Lagunilla se había desbordado, y cuando salió de su casa, ya no había energía, y tampoco mucho por hacer.
La avalancha era inminente y la arrastró unas dos cuadras, hasta que fue a parar a la terraza de una casa. De su esposo y sus tres hijos nada supo, solamente recuerda que ellos quedaron en sus alcobas. Desde entonces sigue guardando la esperanza de que algún día aparezcan. Los da por desaparecidos, no por muertos.
Cuenta que batalló todo lo que pudo, el lodo la absorbía y la volvía a sacar, hasta que apareció la mano salvadora de su vecino Cecilio Beltrán, que la llevó hasta el segundo piso de su casa. Allí se refugiaron alrededor de 25 personas, a ella le cambiaron la ropa y apenas a las 5:00 de la mañana pudieron salir a buscar ayuda.
Les tocó caminar sobre tablas para no hundirse hasta que dieron con los grupos de rescate. A Gloria no le permitieron quedarse, pues sus heridas, aunque no eran graves, podían infectarse y empeorar su situación, no pudo buscar a su familia y a las 4:00 de la tarde la evacuaron hacia Ibagué.
Ella no abandona las fotos de sus seres queridos, a donde viaja las lleva, hoy ruega porque alguna persona de buen corazón que los haya podido rescatar se los devuelva. Espera poder volver a darle un abrazo a Dina Marcela, que tenía cuatro años; a Julia Johana, de 3 años; a Saúl, de apenas tres meses, y a su primer esposo, Saúl Lozano Leiva, de 32 años.
Cuenta que hace tres años le tomaron muestras de sangre, que serían llevadas a otros países con el fin de buscar el paradero de sus seres queridos. Sigue a la espera de que le den alguna razón sobre ellos. Mientras tanto agradece a Dios por poder disfrutar de una nueva familia y sigue aferrada año tras año a la posibilidad de volver a ver a su primera familia.
La historia del congresista
Hugo Hernán González fue alcalde de Marquetalia y ahora es representante a la Cámara. Él también vivió una historia de horror en Armero, el pueblo que conoció ese mismo día de la avalancha, pues no estaba en sus planes tener que dormir allá.
Era estudiante de geología de la Universidad de Caldas y junto a sus compañeros programó una salida de campo a Ibagué. Sin embargo, el clima retrasó el regreso hacia Manizales, lo que los obligó a quedarse en Armero.
"Conocí a Armero esa noche, tenía dos parques grandes, calles largas y anchas, vimos la final del fútbol colombiano. Entre las lloviznas notamos que caía material piroclástico y vimos una ceniza fría", explicó González.
Como buenos estudiantes gomosos sacaron las sábanas del hotel para tomar muestras, eso los alertó sobre el peligro que se aproximaba, pero ya era muy tarde, se fue la energía y empezó la odisea.
Todos empezaron a recoger sus pertenencias y sintieron un fuerte estruendo, en cuestión de segundos el río tenía rodeada la edificación. Sus amigos fueron a la azotea, pero él y su compañero de habitación, en el segundo piso, no lo lograron. Se aferraron a una pared, hasta que la corriente venció a la estructura y, junto a ellos, el piso cayó.
Ellos empezaron a flotar entre los colchones y escombros que cayeron, hicieron una especie de balsa. A lo lejos veían pequeñas luces, tal vez incendios. El río los arrastró unas 17 cuadras hasta que vieron la sombra de una gran arboleda, fueron a parar al lado del cementerio, asegura que la corriente los benefició. Una vez ahí, los vecinos de un barrio, que no se afectó, los socorrieron.
En la oscuridad de la noche era poco lo que podían reconocer, pero lo que sí escuchaban con claridad eran los gritos de gente atrapada, y de otros que buscaban a sus familiares. En el cementerio alcanzaron a reunirse con cinco compañeros más.
Para Hugo Hernán fue un día terrible e inolvidable, "Ahí estábamos siete de 31 integrantes, perdimos al conductor, al profesor, a nueve compañeros. Hablando fríamente podemos decir que nos escapamos muchos".
Recuerda el panorama desolador, "era de proporciones exageradas". Se sintió destrozado, las alarmas no cesaron en toda la noche, las amenazas de una nueva avalancha acrecentaron los miedos. Al amanecer encontraron un taxi y lo abrieron para sacar el botiquín, intentaron ayudar a las personas heridas.
Un compañero suyo tomó el mando del grupo, era integrante de la Cruz Roja. Hugo Hernán la sacó barata con un tobillo luxado, pero no así muchas personas heridas, con sus caras destrozadas por el lodo ardiente y otras totalmente cubiertas de lodo.
29 años después no deja de recordar a Elizabeth, una niña de cuadro años, que ayudó a rescatar. Un joven, un héroe anónimo que estaba rescatando gente, se la entregó, le dijo cómo se llamaba ella y desapareció en búsqueda de más desaparecidos.
Recuerda la cara maltrecha de la niña, con una grande herida entre los ojos, la soplaba, le hablaba, se alejó del grupo para encontrar ayuda hasta que logró que un helicóptero se la llevara. Hasta ahí no volvió a saber nada de ella. "Estaba muy pálida, muy mal".
Debido a la cantidad de personas heridas, él y sus compañeros pasaron una noche más en Guayabal, la zona de concentración de los rescatistas. El viernes muy temprano los enviaron a Honda, pero el susto no había pasado, hubo una nueva alerta de avalancha y tenían que evacuar el hospital.
Un poco mejor, emprendió su camino hacia Marquetalia. En Victoria se tardaron en reconocerlo sus amigos, le quisieron dar dinero, pero les contó la magnitud de la tragedia. "Pedí que recogieran mejor para la gente de Armero, que tenía muchas necesidades", recordó.
Al regreso a su pueblo siguió viviendo los embates de la Tragedia por mucho tiempo, un trueno o un aguacero le hacían pensar que las paredes se le iban a ir encima, terminaba durmiendo a un lado de la cama. Escuchar el retumbar de un carro en las noches, le daba taquicardia.
Paradójicamente, el 13 de noviembre, hace ocho años, nació su hija menor. Un recuerdo feliz para enfrentar el dolor. Hoy se sigue preguntando por Elizabeth, pasó horas escuchando la radio esperando que la mencionaran, pero no pasó. Sigue esperando poder saber por la suerte que corrió ella.
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