Luis Francisco Arias B.
LA PATRIA | Manizales
En las dulces y en las amargas, el mundo de Horacio Montoya es el café. En las épocas dulces se convirtió en el "Juan Valdez manizaleño" y su café especial Alto del Naranjo lo llevó a Estados Unidos y a Japón sin sacar un solo peso del bolsillo. En las amargas, que hoy afronta, parte de sus exiguos ingresos los recibe de su trabajo como todero en una cafetería del centro de Manizales.
A los 56 años Montoya es un pequeño caficultor que ha representado al país en eventos internacionales. Actualmente sus únicos viajes son entre su finca, La Argelia –a unos 10 minutos de Manizales, en la vereda Alto del Naranjo, por la antigua vía a Chinchiná- y la cafetería San Jorge, que administra su primo Hernán Montoya, ubicada en la Calle 26 con Carrera 23, a un lado del Club Manizales.
La Argelia la adquirió hace 27 años. Allí, de lunes a viernes, persiste en la lucha con sus 4 mil palos de café. Es la corona de una colina desde donde se divisan Manizales y Villamaría, y en los días despejados el Nevado del Ruiz. La humilde casa se mantiene bien pintada de color naranja y rodeada de materos henchidos de flores.
Los sábados y domingos maneja la caja registradora, sirve tintos y los lleva a las mesas, y hasta limpia la cafetería cuando se necesita.
Don Horacio preferiría quedarse en su finca, donde en las madrugadas disfruta de los aromas de la tierra y camina en medio de los cafetales que crecen en la pendiente, pero el mal momento del café lo expulsa hacia la ciudad. «Uno tiene que darle muchas gracias a Dios porque del café hemos vivido muchos años... lo duro es que ya no da resultados».
Alma cafetera
Con una sonrisa permanente, como si todo fuera muy bien en su vida, se mantiene este hombre, dueño de una profunda tradición cafetera. Sus abuelos, de Marinilla (Antioquia), se dedicaron a ese cultivo desde muy jóvenes, y así toda su descendencia. Su padre llegó hace unos 60 años a Caselata, sector vecino al Alto del Naranjo, y convirtió la caficultura en su medio de subsistencia.
En la finca Guayabal nació don Horacio. Hoy es el único de los 14 hijos de Joaquín Emilio y Judith que le pone tanta dedicación al cultivo, aunque Arturo, Rafael, Ana y Judith también cosechan café.
Durante su juventud trabajó con su papá, y cuando se independizó logró tanta prosperidad que compró casas en Manizales, y para ampliar sus cultivos, lotes en fincas vecinas. Así creció en producción y reconocimiento.
Sus manos ajadas, acostumbradas al graneo, hablan de esa íntima relación con el café, su fertilización, la recolección de las cerezas, el manejo de la despulpadora y las labores de secado de los granos al sol toda una vida.
Recién comprada La Argelia llegó a tener 10 ayudantes. "Uno trabajaba con moral porque se veía la plata, y sobraba hasta para guardar". Las cosas han cambiado. "Hoy ya no tengo ni cuenta de ahorros".
Su lenguaje fluido y amabilidad le sirvieron para haber sido miembro principal del Comité Municipal de Cafeteros, hablar con directivos de la Federación, recibir turistas extranjeros en su casa y, en la etapa más reciente, le han sido útiles para atender con calidez a los clientes de la cafetería.
Los mejores recuerdos
En las dos décadas pasadas vivió sus mejores momentos. Recuerda las navidades abundantes en comida y regalos, el Año Nuevo con marrano y los bailes hasta el amanecer. El cafetero hace una pausa, levanta las cejas y afirma: “Eso sí, a mí no me gusta el trago, y cuando veo a alguien tomando pienso en cómo sufrirá su familia”.
En el 2003, a los 45 años, resultó su primer viaje. Antes no había montado en avión ni salido del país. "Fue maravilloso estar en Boston, uno se queda aterrado de cómo el café de Colombia es apreciado en otros países".
Al regresar sintió un enorme impulso. "Pensé que si hacemos el mejor café del mundo, por qué no nos tomamos ese café. Mandé a tostar una arroba donde un amigo, y después los turistas que iban a mi casa salían aterrados de ver todo el empeño que le ponía".
Ahí nació su café especial Alto del Naranjo. Lo comenzó a producir en forma artesanal. Su esposa, Lucero Atehortúa, era la tostadora oficial: en una sartén echaba algunos granos y los agitaba con un cucharón. “Nos demorábamos media hora para tostar una libra”. Después, cuando apareció un comprador en Cartagena, consiguió una tostadora en la que procesaba cuatro libras en 25 minutos.
Los técnicos de la Federación confirmaron su condición de café cítrico y se vislumbraron tiempos aun mejores. De hecho, se volvió vedette local entre los cafeteros. Lo visitaron el gerente de la Federación Gabriel Silva Luján y los embajadores de Francia, España, Alemania y Gran Bretaña, entre otros. “Una comitiva como de 25 personas llegó en un solo día”. Le tomaron fotos que ilustraron luego plegables y campañas.
Cuando la televisión japonesa quiso hacer un programa sobre el café de Colombia, don Horacio fue el escogido, después de que el director del programa y una traductora visitaron varias fincas. Llegaron entonces camarógrafos, técnicos de sonido, libretista, un actor, gente de la Federación y personal de seguridad, para estar una semana.
“Fue muy chistoso, me dijeron que la despedida tenía que ser con llorada... y al segundo día ya estábamos llorando. Ese día le celebramos los 13 años a mi hijo e hicimos un almuerzo, por la noche el actor nos hizo una cena japonesa. A él se le vinieron las lágrimas de ver que esa integración familiar no se veía en su país, y nos hizo llorar a todos…”, cuenta don Horacio con una carcajada. “La pasamos bueno y nos dio mucha nostalgia cuando se fueron”. (Ver Videos relacionados).
En el 2008, lo llamaron para una feria de cafés especiales en Japón, país en donde cada persona consume 3,4 libras en promedio al año. Al evento lo acompañó el entonces Profesor Yarumo, Carlos Armando Uribe (hoy gerente técnico de la Federación). “Me querían llevar que porque yo era famoso allá. Eso es mucha belleza poder ir uno tan lejos”.
Según Uribe, don Horacio fue invitado porque "simboliza los valores de un cafetero colombiano, transparente, trabajador y comprometido con el café".
Gracias a las buenas épocas sus dos hijos, Leidy Johana y Diego Armando, estudiaron en colegios privados e ingresaron a la universidad. La mayor es profesional en Mercadeo de la Universidad de Manizales, mientras que el menor está en tercer año de Derecho en la misma institución.
Durante esos años lo visitaron periodistas nacionales y extranjeros y todos contaron de una u otra forma sus anécdotas, pero llegarían los momentos difíciles y la soledad.
Las vacas flacas
La idea de impulsar su café especial tuvo una etapa dulce, pero llegó la amarga. Era demasiado el esfuerzo, y los resultados muy pocos. No se logró la consistencia de la taza, como dicen los expertos para significar que no siempre se obtenía el mismo sabor y aroma.
Según el director ejecutivo del Comité de Cafeteros de Caldas, Alfonso Ángel, se hicieron los intentos para encontrar esa consistencia y también asegurar el volumen que necesitarían eventuales compradores. Se agruparon cultivadores vecinos al predio de don Horacio, pero su cultura de vender el café mojado impidió avanzar. Además, Cenicafé investigó para establecer si el clima, el suelo o el proceso influían en dicha inconsistencia, y las conclusiones fueron desfavorables.
Ángel reconoce que con el perfil del café de don Horacio “se abrió la plaza”, pero que “una sola golondrina no hace verano”. Así, la gran ilusión de obtener la prima adicional de café especial se esfumó.
Vino luego la caída en la producción, la revaluación del peso frente al dólar y los bajos precios internacionales que han afectado a las 550 mil familias cafeteras.
Desesperado porque los gastos universitarios apremiaban y la finca daba pérdidas, hace cuatro años cambió un pedazo de finca por un restaurante a media cuadra de la Plaza de Bolívar de Manizales, con buenos resultados al comienzo, pero pésimos al final.
Su esposa se dedicó de sol a sol al negocio, porque, según don Horacio, "para la cocina yo la garantizo como la mejor". Él ayudaba atendiendo y haciendo las compras, y aunque no abandonó La Argelia, los cultivos sí perdieron fuerza. Después del primer año las ventas en el restaurante se fueron a pique.
Según don Horacio, la salida de las busetas de la Carrera 21, por el mandato de una acción popular, los perjudicó. El problema se agravó porque el dueño del local se los pidió y se vieron obligados a cerrar.
Para colmo, un vendaval averió su helda o secadero de café, hace dos años, y no ha tenido los $2 millones que necesita para repararlo.
Para seguir adelante, doña Lucero comenzó a administrar una miscelánea en Manizales. “Uno tiene que sacrificarse para darles lo mejor a los hijos”, expresa, y agrega: "Afortunadamente responden. La ilusión de uno es verlos coronar".
Incertidumbres
Pese a la crisis, don Horacio madruga todos los días y recorre los cafetales que, por falta de recursos y por el alza exagerada en los precios de los fertilizantes, no ha podido abonar bien.
Entre semana, recoge un promedio de arroba y media de café que vende mojado en la Cooperativa de Caficultores de Manizales. El futuro del café lo ve incierto, porque en lugar de obtener ganancias, acumula pérdidas. Aunque no ha apoyado los paros, afirma que gracias a ellos este año el Gobierno les ha ayudado, pero “eso es muy poco y no compensa”.
Ni se atreve a buscar nuevos apoyos con el gremio. “Ellos también están quebrados, y qué va a pedirle uno plata prestada a quien no la tiene”. En el comité lo impulsan a darle de nuevo fuerza al café, "pero es que no hay plata. Eso es como el cuento: al pobre y feo todo se le va en deseos".
Por fortuna ahora tiene el trabajo de la cafetería. "Cualquier centavo que uno se gane ahí sirve, porque esta situación con el café está muy grave".
Hoy espera que su hija consiga un trabajo mejor y que su hijo termine y se coloque bien. “Así, ya solo tendría que trabajar para conseguir la sal de la casa”. Por estos días lo ronda una gran preocupación: ¿Cómo lograr una pensión? Hasta hace un tiempo cotizaba, pero no ha podido seguir con el ahorro. "Todo campesino debería tener una pensión subsidiada", expresa.
No niega que ha pensado en irse para la ciudad a buscar un trabajo que le dé más ingresos, pero dice que el ruido de los carros no lo deja dormir.
Ha tenido momentos en los que ha querido llorar de verdad, como se lo pidieron los japoneses que lo hiciera de mentiras hace unos años, pero don Horacio se esfuerza para mantener alto el ánimo: “¡Hay que seguir jalando canilla!”.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015